Una fracción de los hechos se pierde entre parpadeo y parpadeo





martes, 16 de agosto de 2011

La gente que viaja a París

Saliendo de mi cubículo, a la derecha, está Paola. Se casó hace tres meses y estuvo en París de luna de miel. No tiene cara de haber estado en París, tal vez porque no sufrió la transformación que infantilmente supongo en alguien que se ha desplazado tan lejos de su lugar original. Salió de Medellín un día, recorrió 25.000 kilómetros y volvió un mes después siendo la misma persona. Ahora está embarazada y sube hasta el cuarto piso acariciándose la barriga con la palma de la mano. A veces no la acaricia, simplemente la sostiene. Las compañeras del área comercial se reúnen en torno a su computador para ver las fotos del matrimonio, analizar el vestido de novia y suspirar por esas calles inalcanzables de París, tan cerca, ahora, en la pantalla. Paola habla mucho de Harlin, su esposo, que es gerente de un hospital. Harlin, Harlin, Harlin. Cuando la veo caminar hacia mi escritorio pienso en lo mucho que quiere a Harlin y en el efecto favorable que ha causado su propaganda en la empresa, pues ahora todas quieren a Harlin. Harlin se ha convertido en el patrono, única esperanza y referencia para la multitud de solteras que teclean balances, dirigen memorandos o simplemente acumulan juiciosamente semanas de cotización para no perder el tiempo mientras llegan sus príncipes que, tal vez, con algo de suerte, serán versiones de menor nivel, pero cercanas a Harlin.

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Saliendo para el otro lado, a la izquierda, está Claudia Berrío. Se nota que invierte el salario con mesura en cada cosa. Sus zapatos son baratos, pero bonitos y discretos, como el paso con el que camina para no arruinarlos en un tropiezo contra el andén. Claudia se pone roja cuando uno le habla, y yo me pongo rojo porque ella se pone roja, lo que le da a nuestros encuentros una cierta altura moral, una connotación asexual, porque Claudia es sobre todo eso: un objeto sin sexo. El papá de Claudia se llama Juan de la Cruz y era obrero de construcción hasta septiembre del año pasado cuando cayó desde una altura de 10 metros y quedó inhabilitado para el trabajo. Como le fue negada la pensión de invalidez, Claudia debe manejar cuidadosamente los 837.000 que se gana: armar rollitos de billetes para pagar las facturas, tratar con delicadeza la ropa vieja para que no se gaste, comprar un mercado de productos genéricos, estricto y sin colores.

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Yo creo que a Claudia no le gusta Harlin. Me imagino que si ella hubiera ido a París, en lugar de Paola, se hubiera sentado por ahí en un parque, y hubiera sacado meticulosamente un sánduche de la cartera, y después un termo. Más tarde habría caminado en silencio hasta el hotel, habría llamado a la casa y le habría dicho al papá: -este lugar es muy bonito, y te llevo un regalo.

2 comentarios:

Susana dijo...

Claudia me hace pensar en el papel de Laura Linney en Love Actually, uno de los más tristes que he visto. Mirá esta escena de la película:

http://www.youtube.com/watch?v=aV3sJamGuPA

Anónimo dijo...

Seguramente Claudia no hubiese pensado en París. Ni tampoco se sienta muy lejos de suspirar por "Harlin".