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Ahora debo plata. En la empresa mis jefes saben que no puedo obedecer, y los que podrían ser mis subalternos, saben que no puedo mandar. En la hora del almuerzo juego ping pong un rato con los vigilantes. Mi hermana menor gana más que yo, e incluso los niños saben que hice algo mal.
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Mis tías estaban de acuerdo en que yo era muy inteligente. Eso parecía garantizarme un futuro lleno de comodidades, lleno de poder. Al final, lo que ellas llamaban inteligencia se convirtió en una rareza llamativa, en una virtud que no produce resultados. En las reuniones de la empresa muchas veces quiero apelar a ese pasado glorioso en el que me preguntaban las capitales del mundo cuando había visitas en la casa. Decir alguna cosa inesperada para mi edad, para mis 28 años. Decir LA VERDAD o algo así.
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