Una fracción de los hechos se pierde entre parpadeo y parpadeo





lunes, 21 de noviembre de 2011

Pérdidas y justicia

El tío Aníbal es una de esas personas que defienden sus cosas con valor y sin embargo las pierden. Hace muchos años su esposa le confesó que le era infiel mientras él trabajaba en las minas de mercurio. De su infidelidad nació un hijo que lo miraba compasivo desde la cuna cuando llegaba temblando a causa del daño neurológico, inevitable, después de meses doblando turno en los socavones. - Yo primero mercaba y con lo que me quedaba tomaba aguardiente; dice el tío Aníbal, recalcando la injusticia, la deshonra, la rabia que le daba doblar turnos para alimentar un bastardo.

Después estuvo ocho años en una cárcel de la amazonía. Después le mataron un hijo por robarle el camión en un viaje a la costa. Después se le fue desbaratando la pequeña fortuna que había acumulado yuca tras yuca, papa tras papa, en las galerías de Yarumal, Puerto Valdivia y Campamento.

Las pérdidas tienen un historial hasta el que raramente retrocede. Cuando tenía tres años se le murió la mamá. Los dedos se le llenaron de niguas y la cabeza de piojos. Algún día se los sacudió y se enfrentó a la vida con valor; se metió al ejército, abrió un negocio, compró un camión. Compró un arma y regalos para las hermanas. Hizo justicia por donde pasaba, justicia de verdad, comida para los pobres, bala para los agresivos, confites para los niños.

El Tío ya no debe pensar mucho en la justicia. Aseguró la vejez con la renta de una cafetería pequeña en Timbío que surte hasta la mitad de la estantería. Se sienta detrás del mostrador y ve, a través de la puerta, una o dos esquinas del mundo que lo acogió durante ochenta años, dándole y quitándole, lo que quiso y lo que no quiso.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Steinar

En Paraíso reclamado, Steinar de Steinahlidar es reconocido por su habilidad para construir muros de piedra; un talento que casi pasa desapercibido cuando sus vecinos notan que el esfuerzo que le cuesta construirlos es insignificante frente a la dedicación que le cuesta mantenerlos. De hecho muchos de los muros que rodean su propiedad no fueron construidos por Steinar, sino por su abuelo y su bisabuelo, muchos años atrás, cuando Islandia era solo una propiedad danesa perdida en el mar a la que la distancia que la separaba de cualquier imperio colonial y su aislamiento histórico le conferían una cierta soberanía.

Su propiedad era un ejemplo de laboriosidad y de empeño incansable. Cuando notaba que las piedras eran desacomodadas por los aludes del invierno, se apresuraba a conseguir piedras mejores que no dejaran advertir el desgaste natural que los muros habían sufrido a lo largo de los años. Los pastos siempre estaban verdes en Hlidar. Las ovejas rotaban con disciplina de un potrero a otro en una rutina aprendida de generación en generación. Las bridas de los caballos siempre estaban en buen estado y las vacas no daban más, ni menos leche, de la que se esparaba que dieran.

Steinar era una de esas personas que reflejan su bondad evitando las respuestas contundentes. Ante una proposición indeseada respondía siempre con un vago ji ji ji, un ji ji ji que no lo comprometía y que con el paso del tiempo le aseguró algún respeto entre los vecinos.

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C. Bukowski propuso que la moralidad dependía del desorden; que un hombre moral siempre tenía la cocina desarreglada y que unos platos limpios eran propios de alguien de quien, por lo general, se podía sospechar.

Antes, cuando no había tenido a mi cuidado cosas más importantes que un vaso, un huevo o un juguete pensaba que eso podía ser cierto. Que el orden exterior podía ocultar un desorden interior sucio y vicioso. Ahora no tanto. Me dieron un perro enfermo y pienso que está bien llevarlo al veterinario y darle cumplidamente los medicamentos. Me gusta cambiar los bombillos que se funden, remojar las matas y pintar los marcos de las ventanas que empiezan a descascararse. Es posible que con eso esté camuflando alguna aberración desagradable, pero creo que se haría más desagradable si la cultivara en el olor a cobija mientras miro con indolencia la salsa de tomate seca sobre los platos. Opino que la gente se hace mejor en los oficios manuales, en la carpintería, en la jardinería o la mecánica, porque su destinación exclusiva a encontrar un producto final, un artículo real, en contraste con el rumbo indefinido del mundo, da una seguridad que la maldad escasamente se atreve a penetrar.

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Steinar estuvo varios años en Utah con los mormones. Se lo llevaron tentado con la promesa de encontrar allí la verdad; eso que sabía que existía pero que le parecía lejano cuando estaba en Hlidar reparando los muros o puliendo las bridas. Al regresar, muchos años después, encontró los muros destruidos y las piedras diseminadas por todo el campo. Alguien que pasaba lo vio recogiendo las piedras y le preguntó qué hacía. Steinar le contestó -Encontré la verdad y la tierra adonde reside. Eso es importante, desde luego, pero ahora me parece más importante construir de nuevo este muro.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Dos goles

Cuando nos pagan, Daniel Mauricio cruza la calle hacia los cajeros de Bancolombia y saca los $470.500 que le pagan por ser aprendiz de archivo documental. Su contrato tiene un sello que aparece en letras moradas debajo de la firma del gerente, un sello que sentencia una condición ambigua por la que todos se preguntan y de la que se derivan su 1.50 de estatura, la conformación extraña de sus manos y una mirada profunda que muchos confunden con impertinencia o incluso con insubordinación. La inscripción DISCAPACITADO se extiende justo al lado del número de su cédula como si fuera un atributo más de su personalidad equiparable al número telefónico, la dirección o el lugar de nacimiento.

Todos los días, a las 5:30 de la tarde, Daniel Mauricio entra a mi cubículo, me da la mano y se despide efusivamente antes de mezclarse con la multitud enajenada del metro hasta la estación Itagüí. La semana pasada me preguntó si iba a jugar fútbol el jueves en Señor Gol . -Se lo digo a usted, pero solo a usted: prometo meter dos goles, me dijo, revelándome una premonición que a la postre se cumplió y que él mismo se encargó de recordarme cuando nos poníamos otra vez la ropa en el camerino. - Dos goles, ¿se acuerda?. Me lo dijo entre risas, porque siempre le sale una risa grande mientras trabaja, cuando juega fútbol o cuando uno de los otros practicantes se refiere a él como Manyoma. En este momento me está mirando desde el fondo del archivo. Se está riendo mientras rasga montones de expedientes viejos, sentado en una caja llena de más expedientes viejos.
A veces veo algo más detrás de esos ojos amarillos; tal vez a un bienaventurado, a un limpio de corazón que será grande cuando entre, mirando para todos lados, al reino de los cielos.