Cuando nos pagan, Daniel Mauricio cruza la calle hacia los cajeros de Bancolombia y saca los $470.500 que le pagan por ser aprendiz de archivo documental. Su contrato tiene un sello que aparece en letras moradas debajo de la firma del gerente, un sello que sentencia una condición ambigua por la que todos se preguntan y de la que se derivan su 1.50 de estatura, la conformación extraña de sus manos y una mirada profunda que muchos confunden con impertinencia o incluso con insubordinación. La inscripción DISCAPACITADO se extiende justo al lado del número de su cédula como si fuera un atributo más de su personalidad equiparable al número telefónico, la dirección o el lugar de nacimiento.
Todos los días, a las 5:30 de la tarde, Daniel Mauricio entra a mi cubículo, me da la mano y se despide efusivamente antes de mezclarse con la multitud enajenada del metro hasta la estación Itagüí. La semana pasada me preguntó si iba a jugar fútbol el jueves en Señor Gol . -Se lo digo a usted, pero solo a usted: prometo meter dos goles, me dijo, revelándome una premonición que a la postre se cumplió y que él mismo se encargó de recordarme cuando nos poníamos otra vez la ropa en el camerino. - Dos goles, ¿se acuerda?. Me lo dijo entre risas, porque siempre le sale una risa grande mientras trabaja, cuando juega fútbol o cuando uno de los otros practicantes se refiere a él como Manyoma. En este momento me está mirando desde el fondo del archivo. Se está riendo mientras rasga montones de expedientes viejos, sentado en una caja llena de más expedientes viejos.
Todos los días, a las 5:30 de la tarde, Daniel Mauricio entra a mi cubículo, me da la mano y se despide efusivamente antes de mezclarse con la multitud enajenada del metro hasta la estación Itagüí. La semana pasada me preguntó si iba a jugar fútbol el jueves en Señor Gol . -Se lo digo a usted, pero solo a usted: prometo meter dos goles, me dijo, revelándome una premonición que a la postre se cumplió y que él mismo se encargó de recordarme cuando nos poníamos otra vez la ropa en el camerino. - Dos goles, ¿se acuerda?. Me lo dijo entre risas, porque siempre le sale una risa grande mientras trabaja, cuando juega fútbol o cuando uno de los otros practicantes se refiere a él como Manyoma. En este momento me está mirando desde el fondo del archivo. Se está riendo mientras rasga montones de expedientes viejos, sentado en una caja llena de más expedientes viejos.
A veces veo algo más detrás de esos ojos amarillos; tal vez a un bienaventurado, a un limpio de corazón que será grande cuando entre, mirando para todos lados, al reino de los cielos.
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