Una fracción de los hechos se pierde entre parpadeo y parpadeo





sábado, 9 de marzo de 2013

¿Quiénes somos?


Le juro mi mamá vieja que yo de usted no me olvido





Debe ser curioso lo que siente una mamá con un hijo calavera. Tratar de enderezarlo, de integrarlo a la naturaleza, de enseñarle sus funciones dentro del ecosistema. Escuchar sus quejas, su inconformidad, ser testigo de su desgano para trabajar. Escucharlo tomando aguardiente en la sala hasta la madrugada. Saber que algo anda mal. Ver que los otros muchachos se gradúan y trabajan y trabajan y trabajan.

Mi mamá ha sido tranquila con eso. Ha visto cómo, después de mucho aplazarlo, entre más trabajo, más me endeudo y menos parezco enderezarme. Simplemente me aconseja. Me dice que trate de hacer un presupuesto; que no me ponga bravo con los de los buses, que qué tal que me pase algo. Es cariñosa y se está envejeciendo lentamente. Es muy saludable, pero se está envejeciendo. A veces le duele un brazo. A veces la siento mirar desde la distancia de los 61 años, los primeros acontecimientos de su vida en el campo. Recorre minuciosamente sus historias del magisterio. Las luchas con el gobierno, los perfiles de sus estudiantes, las desgracias del restaurante escolar.

Desde que supo que voy a entrar a la carrera diplomática la siento distinta. Llevaba varios años recomendándome que hiciera una maestría, que ella me ayudaba si quería. Insistía poco, pero era evidente su preocupación. Ha sido incansable y aún, siendo evidente que nunca lo he sido y que muchos me llevan ya varias vueltas de ventaja, me considera el mejor.

Hoy que nos despedimos en el aeropuerto, supe por qué estaba distinta: finalmente, en lo que parecería un acontecimiento tardío, me estaba entregando a la naturaleza.