Una fracción de los hechos se pierde entre parpadeo y parpadeo





martes, 30 de marzo de 2010

Pensar por impericia?

Si no fuera porque he dejado de hacer muchas de las cosas que pienso, la vida no tendría más gracia que un mamarracho contrahecho. Casi todo lo que pienso está cancelado con tachones, suspendido con 3 puntos o sometido a eterno debate con ¿?, y sin embargo prefiero ese azaroso remolino de posibilidades que van y vienen sin dirección como esperando un instante que me encuentre resuelto, dispuesto a ejecutarlo todo, a una vida repleta de hazañas sin lugar para las proezas de la imaginación. Un dechado de logros expuesto al riesgo del fracaso. El orden perfecto, expuesto al desorden: ¡mejor el desorden! .... Y la fe en el orden.

Relato muchas de las cosas que no he hecho (pero que he querido hacer), como si en efecto me hubieran tenido por protagonista. ¿Alardeo?...es posible. Es posible también que la sola ocurrencia de aquellas ideas me conceda un cierto título. Una cierta autoría. ¿o es que acaso el que se inventó el bombillo fabricó después todos los bombillos? ¿o el que calculó la circunferencia terrestre se puso la sudadera y salió corriendo con un metro alrededor del planeta?

No. La simple idea concede la partenidad del acto, el estatus, la maravilla.

Es por eso que no es necesario asesinar a todo el edificio. La idea sola basta.

jueves, 25 de marzo de 2010

No solo de pan

No he podido calcular ésta, la vida, la más indelegable de las cuestiones que apremia todo el tiempo con su carácter intuito personae. ¡Cuántas veces he querido estar fuera de servicio! Nombrar un suplente, partir en una misión espacial y dejar mis escasos asuntos en manos de un reemplazo convencido de la importancia de lo que tiene que hacer.

El cálculo me falla cuando mido el alcance de mis fines. Me propongo metas fáciles de alcanzar. Nada complicado. Un par de zapatos, cosas así. Lo malo es que pienso durante meses en unos zapatos de $400.000 y cuando los compro no me convierto en lo que creía que me iba a convertir. Solo son unos zapatos, un adorno más de la parafernalia personal. Un juguete. Un vago accesorio del motivo principal: estar vivo.

Eso me hace pensar en una necesidad de tipo espiritual, alpiste para el alma, contorsiones que mejoran la mente, ayunos que dan gastritis. Una peregrinación. Flagelarme un poco. Sacrificar alguna cosa que brame.

Lo he considerado sinceramente. Todo porque tiendo a identificarme con cualquier cosa que vea. Con cualquier cosa que lea. Cuando veo un desfile militar comienzo a añorar una vocación castrense que en realidad es inexistente, me emociono, vibro con los redoblantes. Me emocionan los cantos de la posesión papal, el preámbulo de las corridas de toros, las ceremonias del ramadán, los jugadores de la selección italiana cantando el himno en el mundial, los señores cafeteros a quienes les silba el aire por orificios muecos, las damas impecables en el Club Manizales, los locos del manicomio, un montón de monjes tibetanos, el innegable encanto de una nación de 1.500 millones de personas idénticas, también el aire impersonal de los noruegos y la melosería de los argentinos. Me pongo una corbata y creo que soy un ejecutivo y en la finca, de botas, me creo campesino.

Me tomo el alma de cada personaje presente en mis lecturas. Me siento hermano de Don Quijote, primo de Fabian Vas, gemelo de Harry Haller, íntimo amigo de Raskolnikov, alma gemela de Sylvia Brums, fuerte como Hércules, invencible como Aquiles, vulnerable como Port Moresby, gordo y sensato como Sidharta, propenso al vicio como Hank Chinaski, imbatible en la adversidad como Papillon.

Tengo las convicciones revueltas, y de ellas, más que del pan, se alimenta el hombre; y sin embargo, más que en ser algo, la verdadera estética de la vida consiste en encontrarse todo el tiempo a un segundo de convertirse en nada. Es por eso que no la delego, para no perderme ese segundo.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Barrer para entregar

En algún momento de la vida, esas diferencias que en la infancia eran imperceptibles se afianzan hasta convertirse en asuntos de vida o muerte. Como no existen niños comunistas, ni causas infantiles, es muy escaso que un par de niños se aborrezcan por motivos que superen la ligereza del desacuerdo sobre la propiedad de un juguete.

Las cosas van evolucionando...

Una camiseta negra de un lado y del otro un cierto entusiasmo por la vida pueden bastar para enemistarse en la adolescencia. Y, sin embargo, (y por fortuna) esto no dura mucho: pronto, el amor por el heavy metal deja de ser un motivo determinante para el desprecio. Asoman los 30 y se reúnen amistosamente los hombres trabajadores al son de cualquier música. La facha- cosa de adolescentes - se ve relegada a hacer parte de los últimos destellos del ocaso romántico de una personalidad en formación.

Pasa el tiempo y las diferencias adquieren un tono grave impregnado de política y de sentimentalismo. En los vecinos que llevan vidas iguales aflora el desprecio recíproco de ilusiones y arquetipos y sin descartar un odio pequeño, que se va haciendo grande a la sombra de los acontecimientos nacionales, llegan a evitarse cada mañana mientras abren las puertas de sus carros idénticos, rumbo a oficinas idénticas donde tienen trabajos idénticos. Uno conforme y el otro inconforme, salen los dos con la corbata arrugada del cansancio, se montan en el ascensor y despotrican secretamente el uno del otro detrás de una sonrisa que los dos interpretan como buenas noches, rojo; buenas noches, facho de mierda.

Ambos, conocedores en secreto de la fórmula para que todo marche bien, reniegan del curso absurdo de los acontecimientos mundiales, de la inoperancia de sus contradictores y del móvil criminal que exhorta a los otros a pensar diferente. Se supone desinformado el contrario. Se toma por tonto. Se le atribuye el caos.

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El que inicia un negocio lo hace con ímpetu. 10 años después estará hablando de la competencia desleal. Cuando se aproxima el cierre empieza a barrer, para entregar.

De igual forma, la perorata sólo encuentra su fin cuando esas ilusiones serias, sostenidas en principios de amor o desamor por la sociedad, pilares de una megalomanía que decrece al mismo ritmo que la firmeza de los músculos, se van diluyendo en los hombres, que ancianos, ya solo riñen porque se les cagó un perro en el jardín.

jueves, 11 de marzo de 2010

Ajedrez en el Pasaje de la Beneficencia

Hay unos señores que juegan ajedrez en el Pasaje de la Beneficencia. Muchos de ellos tienen pinta de jubilados y deben vivir en casas respetables con sanitarios de loza que son nuevos desde los 70s. Bien cuidados y reformados, son tan limpios que no parecen cumplir la función de letrina y más bien podrían ser tomados por la pieza más grande de la vajilla Corona que les regalaron en el matrimonio.


Me gusta mucho esa limpieza de la clase trabajadora. Yo les conozco las caras y sé que casi todos fueron durante décadas algo así como elfos domésticos de algún doctor de la Contraloría, el Seguro Social ó la Caja Nacional. Ellos llaman a estas entidades "El Seguro", "La Caja", "El Magisterio" ó "La Gobernación", con una entonación especial que delata al mismo tiempo su cariño profundo por las paredes sucias de las oficinas estatales y la admiración por sus jefes vitalicios que cambiaron el rumbo que ya traían las cosas con alguna decisión de aquellas que sólo llegan a tomar los profesionales con buena trayectoria. Los jefes. Los Doctores.


Ellos dicen, por ejemplo, que el Doctor Gómez Arrubla es el padrino de Andrés Mauricio, el hijo mío, el mayor... Elevarse a la categoría de compadre del jefe es un motivo de gran regocijo. Es un motivo para mantener la casa limpia y la frente en alto.

Muchos de ellos se pasarán largo tiempo pensando si los cubiertos que tienen serían los apropiados si algún día se les ocurriera invitar al Doctor a la casa. A comerse uno de esos sudados tan sabrosos que hace mi señora.
Y muchos aclamarán el noble comportamiento del Doctor en su última calamidad familiar.

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Tienen una cita diaria en un murito frente al Café Viejo Polo. Hoy los estuve viendo un rato...


Al lado de cada par de contrincantes se agrupa un montoncito de curiosos. No sé jugar ajedrez, así que estaba descartada la posibilidad de entrar disimuladamente en alguna partida, hacer una jugada maestra y dejar a todo el mundo con la boca abierta. Mejor así, pensé. Estuve ahí tal vez 10 o 40 minutos viendo jugadas que no sabía interpretar. Después me acomodé la corbata y me fui caminando hasta el Parque Caldas.

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Ya estaba pensando en otra cosa. No sé bien qué era pero la concentración en ese asunto indescifrable me impedía ver el mundo atiborrado de gente de las 6 de la tarde. Sólo escuchaba un sonido. Era como si tuviera las orejas pegadas al estómago de un elefante. Era un sonido letárgico, ronco y en baja frecuencia. Era el planeta, rotando.

martes, 9 de marzo de 2010

Involución del amor propio

Como herramienta de castración química el trabajo no tendría par. Hace años, mientras repartía pizzas en Pizza Factory no me hubiera dejado hablar así. Tenía 17 años y cuando un maricón me hablaba en un tono que rozara por lo bajo el límite de la amabilidad, de lo bajo surgía también mi respuesta.

Peláez no se refirió exactamente a mí. Dijo que la asistencia a las reuniones era indelegable y que no quería ver de nuevo que los abogados mandaran a sus asistentes. A sus ASISTENTES. ¡A sus asistentes! Lo repitió un par de veces y me miraba muy fijo. Había otros tres asistentes pero me miraba a mí con mayor insistencia... O tal vez solo en mí logró calar esa insistencia ojo con ojo hasta configurar un insulto. Tal vez a los otros no les importó. A mí sí y quisiera mandar al carajo a la parte de mí que se contuvo.

Lo que me hiere no es que Peláez me llame asistente porque, al fin y al cabo, eso soy y he sido cosas peores. Lo que me duele es que ahora hay algo que me hace descartar una reacción violenta, un gesto obsceno de desprecio o por lo menos un ¡bah! dirigido con desdén a aquel engendro bigotudo de la burocracia que se precia de redactar con tino de tinterillo una escritura pública sin errores. Marica. Hijodeputa.

Yo sé qué es lo que me hace parar. Lo que me hace parar es que la furia de los otros me da risa. Lo que me detiene es la intención vehemente de abstraerme del mundo de los hipersensibles. Y sin embargo esta vez no voy a parar. Voy a seguir hasta dejar a Peláez hecho hilachas aquí donde no me puede ver y cuando tenga a la mano la venganza más matrera, cuando el gordito, cuando el enanito envejezca me lo voy a encontrar en la calle, le voy a correr el bastón de una patada y se va a reventar la cumbamba como un bebé. Pirobo.

No soporto esa jetota de mariscal de oficina que se explaya cuando dice INSTRUMENTOS PÚBLICOS, YO TRABAJÉ ALLÁ 30 AÑOS... CÓMO SE LE OCURRE HACER ESO!!! ESO PODRíA MANDAR A LA CÁRCEL AL SEÑOR ALCALDE.

Haciendo gárgaras con glorias de tres milímetros...

Bobo malparido.


Qué hijueputa lástima que el salvajismo dure tan poco y que uno se vaya apaciguando y apaciguando hasta guardarse un insulto tres horas y venir a escribirlo al blog.



Ahora alguien se está burlando de mí. Debe ser dios o algo así... Afuera, en la calle, hay un perro jugando a no pisar las rayas del pavimento.

martes, 2 de marzo de 2010

Sobre el TIM

Casi todos los días pasan tranquilamente sin que uno llegue a desear que en lugar del sol aparezca otro astro o un triángulo místico con un ojo en la mitad.

Hoy es un día así.


En realidad hace mucho tiempo que los días vienen así... sin vientos de cambio, consideraciones de más, ni ansiedad por el futuro. Me amarro dócilmente los cordones, salgo a la calle y me resigno a vivir como un burro.


A veces leo... eso sí.


Otras veces me paro por ahí un rato y doy la impresión de estar pensando.

Las cosas van adquiriendo sentido cuando veo fotos de burros en google. Me parece que se ven muy bien esas caras plácidas y sus miradas perdidas en el infinito.


Hoy en la calle todo el mundo tomaba partido. Los de un bando lanzaban petardos y los del otro respondían con gases lacrimógenos. La protesta tenía algo que ver con los buses. Algo vi desde la ventana. Creo que la gente protestaba porque ahora tienen que pagar con una tarjeta y no con las habituales monedas. A mí no me importa...


Para ellos debo verme más o menos así: