Los guías en el desierto dicen que nada desmoraliza y agota más a los hombres que estar vagando de un lado a otro sin un destino concreto. Entonces siguen adelante aunque estén convencidos de haber escogido el camino equivocado y confían en que la persistencia en el error los haga llegar a alguna parte.
En los últimos diez años he estado en muchos lugares, casi siempre interpretando lo que parece un personaje distinto. Trabajé con Jiménez en la oficina entapetada del Edificio Don Pedro; en Pizza Factory, repartiendo pizzas en una moto. Estuve en la universidad, aprendiendo una profesión; comprando telas en el centro de Medellín para surtir el negocio de mi abuela; en otros países; en la casa sin trabajo; apostando; solo, en una finca, por varios años; en Manizales, otra vez, intentando un negocio con la fe puesta en la misma fe que mi familia tenía puesta en mi.
Sin embargo, hay un rasgo que ha perdurado por encima de las circunstancias. La impresión de estar vagando como un péndulo en un rango fiel; de haber salido de la casa con una resolución que llega a su cumbre antes de empezar a ejecutarse. La sensación de estar por ahí, sin importar la jerarquía del momento presente. De todas formas, no se podría decir que voy por ahí sin rumbo. Más bien que soy un emprendedor, en un sentido tan literal, que cuando llego al borde que separa la idea del hecho abandono las dos cosas para no quedarme sin un propósito. Y entonces empiezo uno nuevo y cuando lo dejo, se agranda la bolsa de todos los posibles desenlaces, la incertidumbre por no haber persistido en el error, en alguno de ellos.
En los últimos diez años he estado en muchos lugares, casi siempre interpretando lo que parece un personaje distinto. Trabajé con Jiménez en la oficina entapetada del Edificio Don Pedro; en Pizza Factory, repartiendo pizzas en una moto. Estuve en la universidad, aprendiendo una profesión; comprando telas en el centro de Medellín para surtir el negocio de mi abuela; en otros países; en la casa sin trabajo; apostando; solo, en una finca, por varios años; en Manizales, otra vez, intentando un negocio con la fe puesta en la misma fe que mi familia tenía puesta en mi.
Sin embargo, hay un rasgo que ha perdurado por encima de las circunstancias. La impresión de estar vagando como un péndulo en un rango fiel; de haber salido de la casa con una resolución que llega a su cumbre antes de empezar a ejecutarse. La sensación de estar por ahí, sin importar la jerarquía del momento presente. De todas formas, no se podría decir que voy por ahí sin rumbo. Más bien que soy un emprendedor, en un sentido tan literal, que cuando llego al borde que separa la idea del hecho abandono las dos cosas para no quedarme sin un propósito. Y entonces empiezo uno nuevo y cuando lo dejo, se agranda la bolsa de todos los posibles desenlaces, la incertidumbre por no haber persistido en el error, en alguno de ellos.
3 comentarios:
A mí me da la impresión de que el objetivo en medio del desierto es siempre un oasis y que son los eventos paralelos a su búsqueda, que corren el riesgo de aparecer como nimiedades en comparación con el oasis, son los tabiques centrales de la vida.
Siempre que me enfrento a una idea como la suya, pienso en la palabra Conciencia y en "encontrar/reconocer el agua", como en la parábola de los pececitos.
¿Cree que la conciencia esté en una dimensión distinta al desierto, o que sea algo como el ardor en los pies por la arena caliente?
¿Por eso es que cuando no sabes que hacer no haces nada y a veces cuando sabes, tampoco?
¿Será que pensamos demasiado en el sentido que tienen las cosas que hacemos y lo que hay que hacer es ignorar (en el sentido más amplio) esa pregunta?
Me gustó mucho, mucho, esta entrada.
En todo lo que decìs, oigo al fondo un eco de El Cielo Protector. Muy bacana
Publicar un comentario