Una fracción de los hechos se pierde entre parpadeo y parpadeo





martes, 21 de febrero de 2012

¿Qué somos?

1. Jeroboam


“Lo que muerto está, muerto debe quedarse”.




Cuando trato de volver atrás, siempre me voy muy atrás. Me acuerdo de Dorian y todo se devuelve en una secuencia rápida hasta 1.986. Casi olvido que ahora es ingeniero, que se mueve entre la masa de adultos como una cifra, sin la cachucha, sin la bicicleta, sin ganas de pelear. Es como si el flujo continuo del espíritu hubiera pasado muy rápido por el tiempo, impidiéndonos retroceder hasta un punto diferente al principio. Y entonces pienso en Dorian y paso muy rápido por una serie de imágenes que me llevan hasta el día en que lo conocí y no me agradó. Y como no me agradaba, yo me escondía cuando tocaba en mi casa para invitarme a jugar. El juego era fácil porque yo era menor y él necesitaba a quién gambetear cuando jugábamos metegol-tapa. También porque él decidía quién estaba muerto cuando jugábamos a pistoleros. Siempre mataba primero a Santiago y después fingía un duelo difícil con Jero y conmigo al cabo del cual nos abatía a los dos. Santiago se sentaba en el andén y esperaba a que nos mataran para volver a empezar otra ronda de tiroteos de la que Dorian seguramente saldría vencedor. Solo de vez en cuando le pegábamos un tiro que lo dejaba mal herido, pero él cobraba venganza desde el suelo y nos mataba a los dos para siempre. Es decir hasta el otro día.


Lo de Jero es diferente. Su vida era un silbido bajo, una tonada sencilla. Era como si solo hubiera nacido parcialmente; como si se hubiera quedado sin nacer la parte de él que podía hablar más de la cuenta, hacer reclamos o amenazar. Por eso no le importaba que nos mataran todos los días. Ni que nos gambetearan, ni que nos ganaran una carrera o un partido. Ni haber desperdiciado esfuerzo en una goleada en contra. Tenía poquitas camisetas y mientras todos debatían si era mejor Nike o Puma, él se ponía unos tenis blancos sin marca que había heredado de su hermano Diógenes. Que a su vez los había heredado de su hermano mayor, Wbeimar.


No podría decirlo con exactitud pero sé que pasé mucho tiempo con Jero. Jugábamos canicas o comíamos tajadas frente al televisor. Diógenes y Wbeimar me trataban bien. Francia y Maritza me ayudaban a hacer las tareas y me mostraban sus avances en el álbum de Jet. Don Isaías decía por teléfono que no había problema, que me podía quedar más rato, que me estaba manejando bien. Doña Esneda incluso me motilaba en la sala de la casa. Tal vez por ahorrarle un gasto a mi mamá, tal vez por cariño. Alejandro me preguntaba en qué año iba y me regalaba bolsas de canicas petroleras o brillolindas.


Muchos años después, cuando se murió Don Isaías, volví al barrio. Ellos estaban en la sala, callados como era habitual. Yo también. Habían pasado más de 15 años y el silencio amenazaba con volverse incómodo en cualquier momento. Sin embargo, algo en el ambiente me hacía sentir que nunca iba a dejar de pertenecer a ese lugar. Todo el pasado que teníamos en común había ocurrido de verdad.


Al principio, regañaban mucho a Dorian y le pegaban con lo que encontraban. Con la plancha, con una tabla, con una lámina de zinc. Cuando digo “al principio” me refiero a la época comprendida entre 1.986 y 1.993, que es lo que para efectos de esta historia considero “el principio”. Lo curioso es que el final es ahora, en este momento, a las 11:52 del 21 de febrero de 2012. Un final que es solo formalismo; algo de escándalo que hace honor a esa especie de apocalipsis que ocurrió hace varios años pero que no fue marcado por un hecho trascendental. Es como si uno esperara un punto rojo y resaltado al final de una historia y de pronto, después de una coma, no siguiera nada. Lo que hago ahora es poner el punto rojo y tratar de acordarme bien de todo para no incrementar la ficción que siempre está presente en el pasado y que lo distorsiona hasta convertirlo en una historia sin interés, como si no fuera suficiente que haya ocurrido de verdad.

1 comentario:

Jaime dijo...

"Lo de Jero es diferente. Su vida era un silbido bajo, una tonada sencilla. Era como si solo hubiera nacido parcialmente; como si se hubiera quedado sin nacer la parte de él que podía hablar más de la cuenta, hacer reclamos o amenazar". Ésa parte fue brutal. Es adictivo leerlo. Usted tiene un estilo propio al escribir. Muchos pasan toda la vida sin encontrarlo. Ojalá algún día publique un libro.