Una fracción de los hechos se pierde entre parpadeo y parpadeo





miércoles, 11 de enero de 2012

El tío Herney

Cuando yo conocí al tío Herney ya estaba inválido. En la parte de abajo de la silla de ruedas llevaba una caja con cigarrillos de contrabando, otra caja con herramientas y más abajo un frasco de vidrio que se llenaba a lo largo del día con su orina involuntaria. Inválido, como estaba, muchas veces sacó el cuchillo de la caja de herramientas para cobrar platas difíciles o para hacerse respetar en su acostumbrado lugar en el parque de Riosucio. O en El Pilsen, donde jugaba dominó. Una vez, incluso, cuando vio que el objetivo estaba muy lejos para el cuchillo, lanzó el frasco con la orina, con tanta rabia que casi se paraba de la silla, con tanta rabia que lo que se veía en sus ojos no era el demonio, sino esa parte siniestra de Dios que habita en los desafortunados.

El tío estaba bravo, pero no era con nosotros, era con Dios. A nosotros nos contaba historias, nos daba plata y nos acariciaba la cabeza. A mi me impresionaba que supiera pararse solo colgándose de una serie de lazos que, amarrados al techo, marcaban la ruta hasta el otro extremo de la habitación donde estaba la silla con las herramientas, los cigarrillos y ese hijueputa frasco, ese hijueputa frasco lleno de miaos. Más que con fuerza, lo hacía con rabia. Con la misma rabia que terminó vendiendo cigarrillos. Con la misma rabia que se cortó el pelo largo que llevaba cuando trabajaba en las minas, después de saber que no iba a volver a caminar nunca.

Cuando escucho Mi mala estrella, del Caballero Gaucho, me acuerdo del tío Herney. A él le gustaba mucho esa canción:

“Yo voy entre los vivos fingiendo una alegría
que prematuramente para mi se acabó
la humanidad no sabe que la existencia mía
por cosas de la vida se desvalorizó”

El tío se murió en la Clínica del Seguro Social en Manizales el 22 de octubre de 1997, después de que le amputaran las cuatro extremidades por una infección que contrajo y que soportó, sin decirle a nadie, para que se la descubrieran tarde.

2 comentarios:

Ana María Mesa Villegas dijo...

"... sino esa parte siniestra de Dios que habita en los desafortunados". Qué cosa tan bonita.

CARAPÁLIDA dijo...

A mi me gustaba jugar con la verruguita roja que tenia en la nariz...el se reia mucho....
Parecia que el no perteneciera a esa silla de ruedas sino que flotara por encima de ella.