Una fracción de los hechos se pierde entre parpadeo y parpadeo





viernes, 5 de febrero de 2016

La cara de mi papá

Hoy me bajé del Transmilenio y mientras caminaba desde la estación hasta el trabajo, recordé que a los 14 años me ponía las camisas de mi papá y que él a veces se ponía las mías los fines de semana. También me echaba su loción Van Cleef & Arpels que venía en un frasco negro y que me daba la sensación de estarme convirtiendo en un hombre sofisticado. Sofisticado, pero no tan sofisticado como para perder esa indiferencia propia de lo que, hasta entonces, consideraba que era ser un hombre. Una indiferencia que es lo que finalmente nos da - o debería darnos- ese tono serio, esa expresión permanente que impide que los demás se acerquen sin que se los permitamos. 

También usaba su espuma y su cuchilla de afeitar. Una Prestobarba azul, sencilla y apropiada para mis fines. En el baño había cuchillas nuevas pero a mí me gustaba usar la suya porque sentía que me estaba convirtiendo en él. En esa especie de logro de la masculinidad al que solo podría llegarse tras años de reflexión y conocimiento de sí mismo. En ese hombre a tal punto sereno, que parecía contener una indiferencia casi total hacia la porción de la vida que está conformada por minucias y detalles; hacia la política, la filosofía y la complejidad del arte.

Esta mañana mientras caminaba de la estación de Transmilenio a mi oficina se me ocurrió que todos los días intento ser como mi papá. Serio, con esa cierta indiferencia, con esa humanidad auténtica y con esa carencia de estilo que es en sí misma un estilo. El problema es que mis debates morales  no tienen la complejidad que seguramente tuvieron los suyos, pero intento algún día llegar a una conclusión que me transforme la cara y que la convierta, definitivamente, en la cara de él.

2 comentarios:

Librería Libelula Libros dijo...

Demás que ya lo conoce o se lo mostraron, no importa:


a veces
veo en mis manos las manos
de mi padre y mi voz
es la suya

un oscuro terror
me toca
quizá en la noche
sueño sus sueños

y la fria furia
y el recuerdo de lugares no vistos

son él, repitiéndose
soy él, que vuelve

cara detenida de mi padre
bajo la piel, sobre los huesos de mi cara

José Manuel Arango

Jorge dijo...

No lo había leído. Me recuerda una conversación que tuve con mi hermana psiquiatra sobre el superyo. Antes eso me parecía un concepto que citaban los psicólogos para descrestar, pero ya entendido como esa fuerza moral y medio impositiva que le perdura a uno del padre aún después de emanciparse o de su muerte, es algo muy interesante. Más interesante cuando se convierte en el impulso de querer convertirse en él a toda costa.