Una fracción de los hechos se pierde entre parpadeo y parpadeo





martes, 12 de enero de 2016

1922

El tío Zabulón tiene la cabeza plana por detrás. No es una exageración; es plana como un yunque por debajo. Camina con un zurriago, la camisa abierta y un viejo sombrero de paja que se le ve nuevo de lo viejo que se ve él. El próximo miércoles cumple 94 años. Le faltan 6 para ese siglo por el que seguramente pasará impávido porque en alguien como él la idea de la muerte parece inconcebible. Hace todo tan despacio, su ritmo personal es tan diferente al ritmo del resto de las cosas, que la muerte debe pasar una y otra vez pensando que ya se lo llevó.

Al frente de la casa donde vive hay un árbol de mandarinas. Más abajo hay un pastor alemán furioso.

Solo un día entré a su casa. Estábamos tomando en una cantina y no me acuerdo si se nos acabó la plata o las ganas de estar en la cantina. Me dijo que fuéramos que en la casa tenía más aguardiente. Hay una imagen de Santa Lucía, que no tiene razón para estar ahí porque el tío Zabulón tiene una vista perfecta y que yo sepa nunca le ha peligrado un ojo. También hay fotos de muchas mujeres, un equipo de sonido y polvo. Una gran cantidad de polvo.

A veces pienso en él. No porque lo extrañe, lo quiera o lo compadezca. Es más porque me intriga saber si tiene para el aguardiente. Además vive solo. Tiene casi un siglo y vive solo.

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