Sergio
Por ejemplo, es poco común pensar que un mendigo tenga nombre. Uno les dice "Bertoni", "Toreto" o "Bimbo", pero le parecería extraño pensar que se llamen Sergio, Juan Sebastián o Andrés Felipe. Y más que extrañeza, lo que nos causa es miedo. Miedo de que tengan un nombre. Miedo de ser uno de esos Andrés Felipes que caen en desgracia, abandonan todo, lo reemplazan por el bazuco y el pegante, la calle, los perros y la fuga total de la realidad.
No sé qué tan cerca estuve de emprender una fuga así. Cuando estaba más joven lo vi como una posibilidad lejana, muy lejana, algo como un espejismo. Una de esas alternativas que se guardan como el secreto de un crimen que uno quiso cometer fervientemente y que siempre supo que no iba a cometer.
Cuando salí lo saludé y le pregunté cómo se llamaba. Creo que casi no se acordaba del nombre. Tal vez hacía muchos años que no lo decía. Al final me lo dijo y se fue caminando con una bolsa de papel. Yo miré unos zapatos finos que había comprado el día anterior y pensé en cómo uno termina siendo una sola cosa, de todas las que pudo ser.
1 comentario:
Una vez yo hablé con un gamin y me dijo que se llamaba José, José Fernando Marín, no lo olvido. El man me mostró algo que jamás creí poder ver: su cédula. Yo no dudé en preguntarle que si el documento le servía de algo, y me dijo que sí, porque "a nosotros nos dan SISBEN si nos enfermamos".
Bacana la historia de Sergio, Juanito. ¡Saludos!
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