Una fracción de los hechos se pierde entre parpadeo y parpadeo





viernes, 3 de julio de 2015

¿Dónde estamos?

El 5 de junio salí a vacaciones. Aproveché los abundantes festivos de junio, de modo que las vacaciones se alargaran durante 23 días calendario. Son mañas a las que uno se aferra para sacar por unos días la cabeza de esa agua salada y turbia que es el trabajo diario. Para despejarse, a su modo, de la tormenta de instrucciones, del perfeccionamiento de procesos inútiles y de la carga psicológica que significa estar rodeado día a día de cientos de extraños con una misión, una visión y unos objetivos estratégicos comunes.

Algunos de mis compañeros decidieron viajar al exterior. A Argentina, Puerto Rico, Chile o Marruecos. Sé que suena muy "No me den trago extranjero que es caro y no sabe a bueno", pero yo opté por un repetitivo Manizales al que me aferro con las uñas del inconsciente para no dejar de ser algo que creo que soy. Algo diferente a un abogado, a un diplomático, a un bogotano. Algo, incluso, diferente a un manizaleño. Un arrume de ladrillos, casi todos cocidos y pegados en las calles de Riosucio, Medellín y Manizales. Una vida.

Una parte de los días la dediqué a sembrar matas y árboles en la nueva casa de mi mamá. Íbamos al vivero, a Homecenter. Comprábamos pieamigos, tierra abonada, cáscara de pino, piedra, materas, cáncamos, raíces de árboles, veraneras, crotos y cáscara de arroz. Llamé a Juan David Peláez, un compañero del colegio que en segundo de primaria era el mejor dibujante del salón y que ahora tiene una planta de compostaje. Lo elabora a base de estiércol de cerdo, cagajón y entrañas de vaca. El bulto es a $15.000. No nos veíamos hace unos 5 o 7 años. Está calvo y tiene canas en la barba pero siempre lo asocio con una invitación a ser mejores amigos en 1990 y a mi consiguiente respuesta "Pero no salimos abrazados al descanso".

Varias veces vi el amanecer desde el jardín. Me gustaba tener una pala en las manos. Me gustaba ver desconocidos a lo lejos y no compartir con ellos la misma visión, misión y objetivos estratégicos. No abrazarlos en los descansos, ni participar en sus vidas.

El miércoles regresé a Bogotá. Antes del puente de guadua decidí acelerar hasta 160 kilómetros por hora. Fui muy consciente de ser algo más que órganos envueltos en piel. Más que algunas metas escuetas y unos recuerdos, unos temores y unas alegrías. Soy una vida. Una vida que se desplaza.










4 comentarios:

JuanDavidVelez dijo...

Me imagino que no sabías si ponerla en donde estamos o en que somos. Obviamente vos sabes mejor que yo si algo es "donde estamos" o "que somos". Y sí, claro que finalmente sí es más "donde estamos".

Jorge dijo...

jajajaja yo tuve muchas dudas. Tenía el dedo en el mouse y no sabía si publicarla con esa ambigüedad pero al final dije "Qué va, no dejemos que la forma se imponga sobre el fondo".

JuanDavidVelez dijo...

Un primo le estuvo bregando un tiempo de su vida a una fabrica de ladrillos de sus sueños. Él quería que la tierra de una finca de él se volviera ladrillos y volverse muy rico, pero los que hacía no funcionaban, creo que el problema es que se quebraban. Buscaron si era el calor o la tierra, pero nada, al final creo que pensaron que era la tierra la que se oponía a los sueños de ellos. Serio. Creo que en un momento la cosa se estaba tornando tragica porque había mucha plata en un proceso que no andaba bien. Al final le pudo vender su inversión a unas personas que lo tienen grueso para hacer ladrillos. Me imagino lo que siente cada que ve un ladrillo de esos por ahí "vida carechimba, yo quería hacer de esos ladrillos". Eran de esos que son muy grandes. Debe haber gente que es un arrume de esos ladrillos grandes, me imagino que no es si no buscar en internet y encuentra uno a esa gente.
(de verdad que que pena tan cansón comentando, es que me pareció muy bacana la entrada, pero ya).

Jorge dijo...

Se me tiró la metáfora de los ladrillos. Mentiras, muchas gracias por los comentarios y por pasar a leer.