Una fracción de los hechos se pierde entre parpadeo y parpadeo





lunes, 27 de abril de 2015

¿Dónde estamos?

Cuando nací, mi mamá ganaba más que mi papá. Era profesora de un colegio público de una vereda de Manizales y mi papá trabajaba en el Comité de Cafeteros, yendo a las fincas, enseñando buenas prácticas para combatir la roya y en general para mejorar la calidad de las cosechas que los campesinos obtenían de forma más o menos artesanal.

No recuerdo la casa donde vivíamos cuando nací, pues nos fuimos cuando yo tenía ocho meses. Queda en la parte vieja de Chipre, ese barrio de Manizales que es dos grados centígrados más frío que el resto de la ciudad y que se encuentra envuelto -con excepción de las calles destinadas a las fondas, ventas de obleas y helados- por una cierta melancolía, por un cierto musgo, por una niebla que oscila entre las nubes absolutas, en los días más lúgubres, y un pequeño vapor como de olla a presión, en los más claros.

Cuando voy a Manizales, es común que vaya los domingos con mi mamá y mis hermanas a comer arepa de chócolo en Chipre. A veces de regreso, mi mamá me dice que pase por la casa donde vivíamos cuando nací.  -Aquí vivíamos cuando nació el negro, les dice a mis hermanas. Es una casa en una esquina, dividida en tres pisos, el superior de los cuales habitábamos mis papás y yo. O mi mamá y yo, la mayor parte del tiempo, porque mi papá tenía que amanecer en Samaná, en Arboleda, Marmato, San Daniel, Aguadas o San Félix.

Mi mamá dice que cuando llegaron, el lavadero estaba lleno de moho y la habitación de pulgas.

Me gusta haber nacido ahí. Me imagino a mi mamá con su barrigota, una mujer pequeña habitada por un gigante. Menuda y rápida como un peso ligero de la vida, optimista y llena de suerte, limpiando el lavadero hasta dejarlo como recién construido. Me la imagino desinfectándolo todo con alcohol, planchando los pañuelos de mi papá, bordando hasta mis pañales.

Me gusta saber que estuve ahí con ellos.






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