Una fracción de los hechos se pierde entre parpadeo y parpadeo





lunes, 6 de abril de 2015

¿Dónde estamos?

"Aquí terminan todas las vanidades de este mundo" 
- Cementerio de Riosucio, Caldas.


El Alto está a 2.936 metros sobre el nivel del mar. Si uno se para mirando al nororiente, se ven Supía, Riosucio, Aguadas, Salamina, La Merced, Filadelfia y una cola de La Pintada. Si se voltea, se ven Manizales, Chinchiná y otro pueblo que no pudimos saber si es Palestina o Santa Rosa. Yo soy más de la corriente de que es Palestina porque creo que Santa Rosa queda detrás de un filo que queda justo al occidente y entonces quedaría como escondida si uno trata de observarla desde la misma dirección.

Como era de noche no se veían los pueblos sino las luces de los pueblos. Luces de lugares donde estaban pasando cosas. Donde alguien estaría pensando con qué pagar el arriendo, dónde poner un florero, cómo ser mejor persona, si luchar contra el cáncer de una forma tradicional o con medicina alternativa. Eso me gusta de ver luces por la noche, que me siento acompañado por la especie. Lo mismo en Bogotá: millones de personas en sus apartamentos con la luz prendida, lavándose los dientes, pensando en el trabajo, viendo las noticias, teniendo sexo, alistando los uniformes de los hijos, con penas y alegrías de mayor o menor tamaño, enfrentando los días, siendo testigos del tiempo, existiendo.

Acampamos en El Alto porque ya no hay casa. Se la robó la guerrilla, o los vecinos o alguien que pasaba. Se robaron las paredes, los baños, el techo y dejaron la chimenea y el enchape de los baños, flotando sobre un lote que parece que se hubieran robado también. Sé que suena extraño, pero también se robaron el camino que sube a El Alto. Subimos trastabillando por una ruta empantanada a la que el Tío Herman le daba machetazos que derribaban la maleza a lado y lado.

En Riosucio fui a la procesión del Santo Sepulcro el viernes por la noche. Después de la procesión caminamos hasta el cementerio con la Banda Los Mafla, que desde hace muchos años toca esa música lúgubre de la Semana Santa que me gusta tanto. Juanita, que estudia música en EAFIT, dijo que son muy destemplados. Luisa, mi hermana, me dijo que en parte esa era la gracia. Yo estoy de acuerdo; si fueran buenos tal vez no me gustarían tanto. Lo imperfecto se atrae y sobre todo se siente desautorizado para reclamar lo perfecto. 

Esa noche me sentí raro. Como si fuera tuerto en un planeta de gente de tres ojos. 


No sé desde qué momento exacto me empezó a parecer raro existir. Creo que fue hace mucho tiempo porque recuerdo tardes en la guardería en las me sentía raro sin motivo. Como a las tres o cuatro, las profesoras extendían colchonetas en el salón y nos pedían que nos durmiéramos. No recuerdo haberme dormido en esas colchonetas y creo que no era porque no tuviera sueño sino porque me parecía raro existir. Pero no me parecía raro como les parece raro existir a los genios y a los artistas, sino que percibía esa rareza de la vida que a veces por las tardes siente la gente común.  Un vacío, la sensación de estar parados en un mundo de juguete.



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