Jujuy
“Aburrido como largo es el día, y el día es largo” Idoru
Muchos años después de Cristo los pecados se van decolorando. No es lo mismo, la culpa no es igual. El prendimiento y la crucifixión ya adquirieron ese tono histórico de las batallas en las que la sangre derramada se secó hace siglos y dejó de representar una verdadera pasión y un verdadero sufrimiento. Uno cada vez lo piensa menos para pecar, y cada quien peca en grados diferentes según la conciencia y las oportunidades.
Juan Salvador cambiaba mortadelas por sexo. El sexo le salía gratis porque se robaba las mortadelas y porque además, a la que le hacían falta vivía a solo dos cuadras del hotel donde se las robaba. Y a ella, más que faltarle las mortadelas, le sobrara el sexo, que era el valor más importante de la transacción. Al principio la veía desde la esquina toda maquillada recibiendo las mortadelas en la puerta y diciéndole a Juan Salvador que siguiera; con los meses me acerqué gradualmente hasta sentarme en el andén de su casa y por último llegué a esperar en la sala como si mi primo estuviera asistiendo a una especie de consulta odontológica a la que entraba ansioso, desabrochándose la correa desde que le abrían la puerta.
La Tía Encarna construyó el Hotel Serrana con los pedacitos de patrimonio que le dejaron varios puestos de empanadas. Los iba moviendo según la ubicación de la fiesta, la retreta o alguna misa de importancia. Después añadió a esto un asador pequeño que encendía desde muy temprano para competir en cantidad y horario con las señoras que ya se habían posicionado a lo largo de los años con sus propios puestos de arepas. Después empezó a vender almuerzos por igual a los guardianes de la cárcel y a los presos que estos custodiaban. Con el tiempo me imagino que alguien le prestó lo que le faltaba, algún dinero pequeño, y abrió el Hotel Serrana No. 1 en una esquina del parque. Allá llegaban en grupos esos señores que sabían vestirse bien con poquita plata a los que ella llamaba “los viajeros”, y allá desayunaban, almorzaban, comían y dormían, engordando con sus viáticos la prosperidad de ese recién nacido imperio de sábanas, ollas y cobijas.
Años después la Tía Encarna abrió el Hotel Serrana No. 2 en una casa vieja a solo dos cuadras del Hotel Serrana No. 1. De allí salían las mortadelas con las que se financiaba la pasión de Juan Salvador, allá desayunábamos, almorzábamos, jugábamos cartas y nintendo en medio de una atmósfera de limpieza y abundancia, ese lema institucional que seguía atrayendo viajeros que llegaban con sus viáticos desde todas las capitales. A la tía le quedaba muy bien ese rol de empresaria con el que parecía haber nacido. Pasaba por los corredores saludando a los viajeros, ofreciéndoles el menú del día, pero sobre todo burlándose de esa gente graciosa que se creía importante por el solo hecho de estar viajando con una maleta institucional de Johnson & Jonhson o Dromayor.
Al mediodía se apoderaba de la cocina. Se notaba que era su dueña, que entre esas paredes se encontraba su campo de acción. Iba y volvía de un lado al otro del mesón ordenando que fritaran bien los chicharrones, que le dieran una carne pulpa a Jorge Andrés. Me imagino que por esa época la Tía Encarna logró una prosperidad inesperada. Las ollas siempre estaban llenas y las habitaciones ocupadas. Era curioso ver a todos esos viajeros disminuídos ante su presencia y agachando la cabeza cuando le decían Buenas tardes, Doña Encarnación. Pero algo pasa con la suerte. Es como una nube blanca que decide volverse gris justo encima de nosotros, provocar una tormenta, tumbarnos la casa y arruinarnos los planes. Los malos negocios de sus hijas la tuvieron al borde de la ruina. Las piernas se le llenaron de várices que desembocaron en úlceras increíbles. Tuvo que vender el Hotel Serrana No. 1 y sacar sus últimos esfuerzos para rescatar el No. 2 en medio de las súplicas a Dios y las negociaciones desiguales con los bancos.
Cuando ocurrió la deblace yo pensaba en las mortadelas. En mi complicidad con un pecado que creía pequeño pero que reunía en sí mismo un símbolo aterrador: el desperdicio, la ansiedad viciosa por el sexo, la vagancia. Pudimos haber sido meseros del restaurante o por lo menos ayudar a destapar las gaseosas, pero solo entrábamos allá a que nos dieran carne pulpa y chicharrones tostados. Contribuímos con la debacle, con la caída de ese corto imperio de ollas, sábanas y cobijas.
Epílogo:
Un día Juan Salvador trató de ahorcarse en el baño. No sé si lo de las mortadelas tuvo algo que ver, es posible que no. El año pasado se envolvió en una bandera de Colombia y se fue en bus hasta el norte de Argentina. Allá, en Jujuy, hace parte de un grupo de prestamistas colombianos que viven de lo que cobran por encima de la tasa máxima. Cada mes, Juan Salvador envía un cheque o una orden de pago al Hotel Serrana No. 2. Es desde Jujuy que remedia su pecado.