Una fracción de los hechos se pierde entre parpadeo y parpadeo





miércoles, 21 de septiembre de 2011

El Estadero Estambul, a las afueras de Tuluá

El tío Zabulón dice que el Estadero Estambul, a las afueras de Tuluá, tiene balcones y pista descubierta donde las mujeres bailan en pantaloncitos y brasier. Mientras dice eso me agarra de la mano para hacer énfasis en lo verdadero de la historia. Estuvo allá en los años 40 o 50 cuando se fue huyendo de Riosucio y después de Quinchía, de Guática, de Ansermanuevo y de una fila interminable de pueblos que iba dejando atrás junto con las botellas de aguardiente vacías y las mujeres que había embarazado y que nunca iba a volver a ver.

Ahora tiene 89 años y para corroborar que se encuentra lúcido, hace bromas en las que induce a los demás a pensar que está senil o que delira por la proximidad de la muerte. A las doce del día, después de estar callado toda la mañana, dice “Qué luna tan bonita, parece de día” y sigue callado, sentado al lado de un bafle del que salen pasillos a todo volumen.

Cuando todo parece normalizarse y observa atento una conversación sobre los candidatos a la alcaldía de Medellín, dice que las novias nos tienen que creer que sabemos volar para que cuando no estemos en la cama por la noche, y nos reclamen, podamos decir que estábamos por ahí volando. Entonces la abuela le pasa una aromática y se la toma despacio dando sorbos sonoros. Cuando termina, pone el pocillo sobre el mantel y dice que si hubiera empezado a tomarse eso desde pequeño, habría podido aspirar a vivir hasta los quinientos años o más.

Se está quedando completamente sordo, o eso creemos, porque también puede estarnos engañando. De hecho sabemos que así como ahora se hace el loco, en los años 50 sobrevivió a la violencia política, haciéndose el cobarde y guardando la venganza para muchas décadas después. Solo sabemos de una vez que reaccionó inmediatamente. Por alguna razón un militar le pegó en la mano con la correa del uniforme. El Tío le pegó un tiro en la rodilla y tuvo que huir, cruzando pueblos con identidades falsas, buscando albergue en las veredas, devolviéndose para desorientar a los sabuesos. Fue huyendo que alguna vez llegó a Tuluá y siguió derecho hasta las afueras, donde empezaron a desaparecer las casas.

El fin de semana, antes de despedirnos, habló de algunos bares que él conocía y se mostró curioso sobre los que yo conocía. Me preguntó si había estado en los bares de Bello y Envigado. Al final, después de valorar mentalmente los recuerdos, me dijo que el lugar que más le había gustado, de todos los lugares en los que había estado, era el Estadero Estambul, a las afueras de Tuluá

1 comentario:

Ana María Mesa Villegas dijo...

Ese tiro de la luna me parece el mejor tiro. Jajajaja