Hoy me desperté y cuarenta minutos después salí de la casa seguido por el perro. No pensé nada mientras manejaba hacia el trabajo, pero la frase “No tengo problemas de verdad” iba conmigo, dentro del carro, como el feto de una idea que la mente todavía no sabe que va a parir.
En la hora del almuerzo jugué pingpong un rato. Volví a mi puesto y le he dado respuesta medianamente ágil a las solicitudes pendientes. Al otro lado del vidrio pasan auxiliares, aprendices y, con menos frecuencia, subgerentes. Hoy es un día más o menos normal, solo que apareció otra vez esa idea inconstante de “yo no escogí nada de esto” y “nada de esto me importa”. No hablo del trabajo ni del caso particular que tengo por vida sino de las cosas que veo todos los días, y de las que podría ver, en el mejor de los casos, si todo en el mundo se acomodara para agradarme.
La pregunta “¿Qué soy?” enloqueció a Matty en La oscuridad visible. Seguramente porque nunca pudo entender si la vida era un engranaje y si uno debía hacer su trabajo como parte de ese engranaje y qué tipo de trabajo era el apropiado y moral para que el engranaje no solo se moviera, sino que se moviera bien; o si por el contrario solo éramos piezas aisladas, convocadas a vivir libremente en un escenario del que nunca debieron apropiarse los principios, ni la noción de conjunto.
Cuando vuelva a mi casa, el perro me va a perseguir otra vez y va a mover la cola hasta que le sirva la comida. Eso no me dice nada, o casi nada. Movimiento y especies de diferente rango con necesidades de diferente rango. Debe haber algo más; un patrón escondido en esa secuencia de hechos, pero no lo puedo pensar y solo puedo llegar a una conclusión intermedia: La vida es solo la jerarquía particular de un acontecimiento general en el que nos perdemos la mayor parte. La fracción que nunca vamos a conocer, que sucede mientras parpadeamos; que flota, esperando ser pensada, en el limbo prenatal de las ideas cuya concepción apenas logramos acariciar en días más o menos normales como este.
En la hora del almuerzo jugué pingpong un rato. Volví a mi puesto y le he dado respuesta medianamente ágil a las solicitudes pendientes. Al otro lado del vidrio pasan auxiliares, aprendices y, con menos frecuencia, subgerentes. Hoy es un día más o menos normal, solo que apareció otra vez esa idea inconstante de “yo no escogí nada de esto” y “nada de esto me importa”. No hablo del trabajo ni del caso particular que tengo por vida sino de las cosas que veo todos los días, y de las que podría ver, en el mejor de los casos, si todo en el mundo se acomodara para agradarme.
La pregunta “¿Qué soy?” enloqueció a Matty en La oscuridad visible. Seguramente porque nunca pudo entender si la vida era un engranaje y si uno debía hacer su trabajo como parte de ese engranaje y qué tipo de trabajo era el apropiado y moral para que el engranaje no solo se moviera, sino que se moviera bien; o si por el contrario solo éramos piezas aisladas, convocadas a vivir libremente en un escenario del que nunca debieron apropiarse los principios, ni la noción de conjunto.
Cuando vuelva a mi casa, el perro me va a perseguir otra vez y va a mover la cola hasta que le sirva la comida. Eso no me dice nada, o casi nada. Movimiento y especies de diferente rango con necesidades de diferente rango. Debe haber algo más; un patrón escondido en esa secuencia de hechos, pero no lo puedo pensar y solo puedo llegar a una conclusión intermedia: La vida es solo la jerarquía particular de un acontecimiento general en el que nos perdemos la mayor parte. La fracción que nunca vamos a conocer, que sucede mientras parpadeamos; que flota, esperando ser pensada, en el limbo prenatal de las ideas cuya concepción apenas logramos acariciar en días más o menos normales como este.