Estábamos en el piso 23, ante uno de esos eventos legales que siguen a la muerte y en los que el duelo se empieza a mezclar en una mesa con las citaciones, los testimonios y las pólizas. Fue toda la familia de Miriam. El esposo, que tenía esa mirada lejana y triste de los mayordomos mal liquidados; la hija, que tenía puesto el reloj que llevaba Miriam el día del accidente. Los sobrinos, que parecían haber ido por si el abogado del hospital resultaba ser una gonorrea. La mamá, las cuñadas, para llorar el último pedazo de Miriam: las fotos en el expediente, el relato, una vez más, del accidente.
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Yo había llegado en taxi. Cuando me bajé, el celular se me cayó del bolsillo de la camisa y la pila rebotó en el andén. En el primer piso del edificio había una farmacia y el anuncio de los 40.000 millones del baloto para ese día. Por la mañana había pensado ponerme una camisa roja, pero fui de luto completo, por respeto, por demagogia.
Había pasado toda la semana viendo el expediente. Las fotos en las fritangas de navidad, las risas al lado de tortas embutidas en crema blanca, los sobrinos, las motos en el garaje. A veces paraba en la mitad de un contrato y veía las fotos otra vez. Una demostración en fotocopia del daño moral.
Miraba la Avenida Oriental desde el piso 23. Quise saltar desde una altura que no fuera mortal como la de un edificio o la de una montaña, sino intermedia e incierta, elevada a los ojos, en la que solo la suerte decidiera si me quebraba los tobillos o no me pasaba nada.
3 comentarios:
La desgracia humana me espanta.
Esta semana le compré la lotería al señor al que siempre le comprabas y se burló de mi...me fui triste y de dos números que miré creo que ganó el que no escogí. Ahorita que leo esta entrada pensé en eso...
Pobre señor. Cada día tiene menos pedazos.
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