A veces uno se despierta y en la confusión previa a la realidad no sabe si las cosas pasaron de verdad o si solo las soñó. La constatación puede ser terrible: la muerte de un ser querido no es una cosa vaporosa de la ficción. Pasó en el mundo real y no puede deshacerse durmiendo otro rato; una fortuna inabarcable fue solo un sueño. Las tareas siguen pendientes, completar algo, solucionar algo, dejar de estar dormido, dejar de imaginar y seguir el libreto de verdad, la secuencia seria.
Hugo, un compañero del colegio, perdió la mano derecha en un accidente de tránsito. Completa, desde la muñeca. Me decía que cuando se despertaba sabía que había una novedad, algo que en los segundos previos a la constatación no sabía si era bueno o malo. Después se miraba los brazos y estaban incompletos y en el horizonte anatómico donde antes se levantaba una mano que le rascaba la cabeza, que le tocaba la cara, había un amasijo de gasas ensangrentadas: la realidad.
Anoche tomé mucho. Hoy me desperté pensando que vivía en un país con dos ríos. No tuve que constatar nada, solo levantarme y ver por la ventana. El vecino se había levantado y estaba haciendo algo en el jardín. La crema de afeitar estaba en un muro del baño, junto al cepillo de dientes. Todo estaba completo.
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