El miércoles de la semana pasada a las siete y cinco de la mañana, un vecino del piso quince se lanzó desde el balcón de su apartamento. Yo me había levantado a hacer el desayuno y no escuché cuando cayó. Mi esposa y mis suegros, que están de visita, escucharon una especie de grito y después el impacto contra el andén. Después, como a las siete y cuarenta y cinco salimos de la casa caminando de afán hacia el trabajo.
Según el testimonio de algunas personas se trataba de un ejecutivo de 34 años que vivía solo y que ya se había vestido para salir a trabajar. Algo hizo que interrumpiera su rutina y que decidiera saltar al vacío. Seguramente en algún momento pensó "Estoy mal, pero me voy a bañar, me voy a vestir y me voy para el trabajo", pero en cambio hizo un alto y decidió "Mejor me mato".
Puedo haberme cruzado con él en el ascensor, en el parqueadero, saliendo hacia el supermercado, pero no sé ni cómo se llamaba. Debe haber pasado muchos días felices en su infancia. Debe haber corrido tras una cometa, seguramente abrió con entusiasmo infantil un regalo que recibió por sorpresa. Probablemente en algún momento la felicidad estuvo a punto de imponerse sobre todo lo demás pero cedió como un puente, como una pared que se agrieta, que se sigue agrietando y que al final se derrumba.
Por el lugar donde cayó la vida sigue transcurriendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario