Una fracción de los hechos se pierde entre parpadeo y parpadeo





miércoles, 20 de agosto de 2014

Un robot

Cuando estaba pequeño me regalaron un robot y empecé a desarmarlo. Le quité las partes irreflexivamente. Las patas, los brazos, la cajita donde se le metían las pilas y, al final, la cabeza: una pantalla por donde pasaban imágenes de misiones espaciales y lugares del mundo como el Kilimanjaro, la Estatua de la Libertad y las tundras árticas.

Cuando le quité la primera pata pensé que era algo reversible. Dejé las tuercas y los tornillos en un lugar seguro que me permitiera recuperarlos cuando decidiera rearmar el juguete. Pero entonces le quité la otra pata, los brazos y la cabeza y todas las tuercas y los tornillos se revolvieron con empaques y accesorios que podían ser de cualquier parte del robot. En algún momento noté que era algo irreversible y entonces lo seguí desarmando. Desarmé cada pequeña parte, arranqué cada circuito, corté cada cable, partí las tapas de plástico y mezclé los tornillos de forma que, al final, no sabía si pertenecían a la cabeza, a las patas, a los brazos o a alguno de los circuitos o motorcitos internos. 

Lo hice irreflexivamente. Era un juguete que me gustaba mucho y lo maté. Y así actúo muchas veces en mi vida, que ahora es un reguero de tornillos que pertenecieron a cosas que ya no sé como armar otra vez.

1 comentario:

Anónimo dijo...

2 Corintios 4:
8 Estamos atribulados en todo, pero no angustiados; perplejos, pero no desesperados; 9 perseguidos, pero no desamparados; abatidos, pero no destruidos.
16 Por tanto, no desmayamos; más bien, aunque se va desgastando nuestro hombre exterior, el interior, sin embargo, se va renovando de día en día. 17 Porque nuestra momentánea y leve tribulación produce para nosotros un eterno peso de gloria más que incomparable; 18 no fijando nosotros la vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las que se ven son temporales, mientras que las que no se ven son eternas.