Una fracción de los hechos se pierde entre parpadeo y parpadeo





lunes, 8 de septiembre de 2014

¿Dónde estamos?

Hay algo que todos sabemos pero que no deja de ser sorprendente cada vez que uno lo piensa: el hombre es muy nuevo. El hombre, como es ahora, como se relaciona, vive y subsiste es una criatura completamente nueva. Un mico que evolucionó aceleradamente. Un primate que se paró en dos patas para poder llevar cosas en la mano y al que todavía le duele la espalda por la posición vertical a la que intenta acostumbrarse sin mucho éxito.

 Hace 50.000 años, el homo erectus, uno de esos eslabones intermedios entre el simio y el humano, apenas estaba empezando a poblar Eurasia entre aullidos y golpes y, 43.000 años después, hombres de verdad, como los de ahora, estaban estableciendo entre el Tigris y el Eúfrates las primeras sociedades complejas, con escritura, rueda, cabras, caballos, vacas y marranos domésticos.

Muchas cosas que ahora son cotidianas, como la crema dental, el champú, el televisor, las carreteras y los carros no existían (o su uso no se había popularizado)  dos o tres generaciones atrás.  Pero más allá de las cosas, lo que sorprende de la evolución es la transformación de los hábitos. El hábito de fumar, por ejemplo, pasó de ser un símbolo de elegancia, a una costumbre considerada casi por unanimidad detestable. Y todo en un tiempo muy corto; ¿10, 20, 30 años?. Como este, muchos otros hábitos han sufrido procesos similares: primero son aceptados, después cuestionados, criticados, aborrecidos y finalmente, incluso, penalizados. 

O al revés: el abigeato, durante gran parte del siglo XX en Colombia, fue una conducta con tipo penal aparte, duramente castigado, distinguido del hurto simple, causante de gran indignación social y motor principal del aparato policial, que paulatinamente fue perdiendo importancia, dejó de ser prioritario, de estar en la mente de las autoridades, hasta dejar de ser delito y convertirse, de nuevo, en una forma de hurto sin connotaciones especiales.

Cuando empezaron a aparecer los peajes en Colombia, la gente no los pagaba. Cuando la policía, que al principio era una especie de infancia misionera armada (en un país donde todo el mundo estaba armado), empezó a hacer retenes en la carretera, la gente no se detenía. Recuerdo que en mi familia nadie tuteaba, ni siquiera a los niños, hasta 1.986 que llegó la esposa de un tío diciendo "No debes hacer eso". "Tómate la sopa" y esa, de pronto, pareció una costumbre civilizada: tutear a los niños como símbolo del proceso intelectual que nos hace mejores.

Y así hemos ido cambiando. Reemplazamos unos valores por otros que inmediatamente calificamos como "mejores". Y con el tiempo se vuelven hábito. Y con un poco más de tiempo se vuelven ley. Y así, contra todo pronóstico, los hombres terminamos arreglándonos las uñas. Nada raro que en el 2050 nos echemos colorete y nos pongamos tetas de silicona para levantar. Lo digo sin ironía. 

No hay comentarios: