Me estaba curando de 5 puñaladas. Mi mamá y mis hermanas estaban tristes, casi como si me hubieran matado. Desayunaba con el brazo y las costillas forrados en gasa, el cuerpo tibio por la infección y esa cara de convalecencia vengativa producto de una promesa interior que me inducía a buscar a Caliche. No lo voy a chuzar, yo no soy así - me decía- Le voy a dar con un objeto contundente.
Sabía que en algún punto la ira iba a extinguirse antes de actuar y que la promesa de desfigurarlo a martillazos iba a ser por sí sola la única venganza. Por eso me alegraba planear cada detalle: esperarlo en la puerta de la universidad, dejarlo inconsciente de un golpe, cargarlo como un bulto de arena y meterlo sin consideración en la maleta. A veces titubeaba. Sabía que era casi imposible dejarlo inconsciente de un golpe. De hacerlo, armaría un alboroto de estudiantes de sicología. El carro casi nunca prendía en el primer intento y a veces no prendía en absoluto. Cargar un cuerpo y meterlo en la maleta seguro tendría enemigos circunstanciales: la venganza estaba llena de inconvenientes.
Pasé la noche con fiebre, pensando en las formas de la muerte. En las dolorosas de los sicarios y en las apacibles de las abuelas. Las palabras METÁSTASIS y CUCHILLO estaban escritas verticalmente sobre un tablero de acrílico y yo estaba desubicado, rodeado de un público que me presionaba a ingeniarme las palabras para llenar un acróstico. Matar, por M. Exhumación, por E. Me dolía la carne del brazo. El músculo entero había sido traspasado a la altura de la axila y la tensión necesaria para estirarlo y escribir en el tablero era insoportable. Tortura, por T. La gente me ponía un límite de tiempo; se burlaban, silbaban. Amputación, por A.
Al día siguiente salí vestido del baño. Estuve mucho rato bajo el agua, limpiando el sudor de la pesadilla. Recorrí el cuerpo con un jabón liso que deslicé torpemente con la mano izquierda. Me sequé con cuidado para no arruinar la cicatrización, inclinándome despacio hasta alcanzar las goteras en los tobillos. Desenvolví las partes heridas que tenía cubiertas con bolsas de supermercado y limpié los bordes de la gasa con agua oxigenada.
Bajé al parque y leí un rato. Saludé a Ricardo, un vecino, haciendo lo posible para que no notara nada, ninguna emoción, ningún dolor. Era un domingo frío pero despejado, lleno de pájaros que combinaban sus sonidos con los gritos del muchacho del periódico. El sol traspasaba la manga larga de mi camisa y secaba la sangre de las cicatrices. Quise vivir con total discreción. Salir vestido del baño, nunca incomodar ni opinar; sobrevolar la emoción de la vida, ausente, como un gallinazo sin hambre.
4 comentarios:
¡Qué bueno que seas duro de matar!
Esta entrada me revivió muchas emociones. La última parte me recordó un sueño que tuve hace poco...vivíamos en una casa grande y anacrónica en Bosnia. La vista desde allí era la misma que teníamos desde el apartamento de Torres de Oriente pero yo sabía que no era la misma y eso me inquietaba, me inquietaba saber que afuera había gente que no podía comprender lo que yo decía...Al final ese miedo se transformó en varios gallinazos que sobrevolaban la casa. Mi papá estaba ahí y nos hacía la comida. Que sueño tan raro...no?
Ay negro! qué bien hace el "auto exorcismo"...
Usted sabe que me gustan sus cuentos, me gustan mucho... pero este está ¡¡¡IM-PRE-SIO-NAN-TE!!!... casi que podía sentir al personaje...
Muy muy bueno.
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