Un señor de corbata, una señora con delantal que parece atada a un balde, una niña carisucia y un viejo despistado que se monta en el de los pisos impares, son los personajes de una escena de ascensor.
El viejo confirma la hora para no perder una de sus últimas citas y el señor de corbata mira ausente el tablero digital que marca los pisos. Es un momento íntimo. Una tradición humana, cuatro destinos entrelazados. Cuatro vidas sin importancia que no obstante se desarrollan, aunque el mundo exista por derecho propio.
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Muchas veces una situación se ve a tal punto sometida por la naturaleza de sus protagonistas que puede ser analizada como un solo personaje.
Existen ambientes que acreditan plenamente esta circunstancia. Lo que ocurre al interior de ascensores, buses y aviones muchas veces parece una réplica en miniatura del mundo, una muestra aleatoria de la humanidad que se comporta en un unísono místico, como si todos juntos, a fuerza de buena educación, pudieran evitar una tragedia.
3 comentarios:
No, pero en los aviones y en los buses se pueden armar conversaciones bacanas y no hay esa sensación de incomodidad, de invasión del espacio personal.
Tan importante ser amable, lo que pasa es que la amabilidad es como una pose para extraños, uno con los de uno, es como es. Y me parece que es menos amable.
Amable siempre me ha parecido una palabra que usamos mal. Amable es querible, no? Que se puede amar. Pero no anda uno por ahí amando a todos los amables porque esos no son suficientes motivos.
Una vez leí que en los ascensores, intentando hacer de ese momento una cosa menos incómoda, todos los que no quieren socializar y tienen algún grado de timidez que les impide mirar a los ojos a los demás en una circunstancia en la que lo lógico sería que se miraran, lo que hacen es mirar el tablero digital que va mostrando en qué piso van, porque es lo único que hay ahí, además de ellos mismos, que tiene alguna importancia. Lo deberían quitar.
Juanito:
El mismo día en que se murió mi papá, un amigo mío docto en magias de variados tonos, me dijo que esa noche antes de dormir, me concentrara en pedirle a mi finado progenitor que me diera en el sueño el número ganador de la lotería.
Yo, que no creo ni en lo que veo, pero sí creo en mis amigos, pues le seguí el consejo.
Antes de sumirme en la dulce muerte del sueño: solicité mentalmente a mi papá la cifra que me haría RICO. ¡Y me la transmitió!
En mi sueño, me subo a un ascensor, y no me acompaña Nadie, ni siquiera Juanito-fisgón.
Voy en el ascensor en pleno ascenso. Es moderno y trepa a velocidad sideral.Y yo con la mirada clavada en la numeración de los pisos, que cambia más que mujer ciclotímica.
Pienso: "El número de piso, donde pare el ascensor, es la combinación de dígitos que me hará un Ardila, un Santodomingo, un Sindicato Antioqueño".
Por fin para el ascensor, una marcha que subió hasta el mismo lado oscuro de la luna.
Y el número aparece ante mis ojos. Pero era muy largo y dificil de memorizar. Incluso, entreveraba caracteres como de insultos de caricatura. Era algo así como: 769*%·6&521=¡¿?12xx3. Y yo nada que lo memorizaba, y llega el desespero, y el desgraciado ascensor pita como tren de cercanías y arranca para Antares.
Hoy, que leí a Juanito, me volvió la piedra de esa noche, y la rabia con mi amigo, que olvidó la recomendación más clave: !Al sueño hay que entrar con lápiz y papel!
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