Una fracción de los hechos se pierde entre parpadeo y parpadeo





miércoles, 6 de abril de 2016

¿Dónde estamos?

Antofagasta


He pasado mucho tiempo viendo fotos de Antofagasta en el computador. Las casas, el paisaje desértico, el mar, el centro comercial, el mercado, el barrio exclusivo, la universidad. También he buscado las distancias entre Antofagasta y las ciudades más cercanas, el estado de las carreteras, el clima, los precios de los carros y de la gasolina, la población.

Como queda al norte de Chile, justo donde comienza el Trópico de Capricornio, las estaciones son suaves y según un conocido de Manizales que trabaja en una mina en el desierto de Atacama, en verano la temperatura es como la de Pereira y en invierno es como la de Bogotá.

Durante varios días he estado pensando qué llevar. Primero pensé, en un arrebato romántico, que llevaría la ropa, los libros y algunas cosas (como platos del Carmen de Viboral y de La Chamba), que me recordaran a Colombia. Después noté que sería engorroso y caro llevar tantos libros y que a Colombia podría recordarla cuando quisiera sin necesidad de ver platos del Carmen de Viboral. Sé que no se espera de un emigrante que emule a su país de origen en el país de destino. Crear una réplica de las calles, de las fondas y de las esquinas, poner fotos de Cartagena y del Nevado del Ruiz y llevarse consigo las costumbres, el acento y las recetas. Se espera más de un emigrante que se adapte, que conozca el mundo y que suprima los presuntos prejuicios que crea el hecho inocente de nunca viajar.

Sin embargo, algo me tiene atado para siempre a un montón de montañas alrededor de las cuales crecí. A esa vía que baja de Anserma a La Virginia. A la carretera entre Riosucio y Jardín. A la recta del Páramo de Letras, al Rancherito del Alto de Minas, a la tienda de La Pintada donde venden tortas de pescado, a las tiendas de Manizales y de Chapinero y a la fonda La Lucha en Rionegro.

Recuerdo cuando anochecía en la finca y la abuela nos reunía en la cocina a hablar, a comer buñuelos y, eventualmente, a rezar el Rosario. Es algo de lo que no puedo escapar. En palabras de Paul Bowles "Cierta tarde de tu infancia, una tarde que forma una parte tan entrañable de tu ser que ni siquiera puedes imaginar la vida sin ella".

Finalmente empaqué la ropa y enrollé en las camisetas algunas cosas que quisiera tener alrededor si algún día todo se complica. O si no se complica.


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