Decidí no ir al paseo de la empresa. Me llamaron y colgué. Mi hermana estaba en la sala leyendo algo en el computador, algo sobre siquiatría o sobre partos. A veces pienso que pueden entrar a robarnos. El año pasado entraron a la casa de Doña Dolly y la amarraron toda la noche. A Adela también, y les taparon la boca. Yo tengo un machete y un cuchillo. El machete lo compré cuando mi hermana todavía vivía en Bogotá, un domingo que salí a dar vueltas por ahí. El cuchillo es muy largo y el mango tiene vetas habanas y blancas.
Salimos a almorzar. Nos sentamos al lado de una bomba de Terpel, cerca de la glorieta del aeropuerto. Una carpa roja nos daba sombra y al lado una familia completa ordenaba mondongo, chuleta de pollo o fríjoles con carne molida. Catalina, una señora muy bonita, le decía a la hija de 3 o 4 años que ya tenía que dejar de comer nuggets de pollo y alimentarse de verdad. Los abuelos asentían y a los tíos no les importaba.
A mi hermana y a mi no nos gustó mucho el restaurante. Nos montamos en la camioneta y abrimos las ventanas. Mi hermana dijo que se sentía segura porque el carro tenía llantas nuevas. Escuchamos un ruido en el aire y paramos al lado de la carretera. Pasaron unos aviones pequeños y muy rápidos. Adentro iban pilotos de la fuerza aérea, muy jóvenes y agarrados del timón. Eran aviones verde oliva haciendo piruetas. Algunos daban vueltas alrededor de un avión más grande. Mi hermana les voleó la mano y los dos nos quedamos mirando hacia el cielo hasta que se perdieron entre las nubes.