En un recuerdo aparecen los modales bisoños, la impericia con que saludé a una señora de delantal. Estaba parado frente a una puerta, era un hombre nuevo, tan reciente que solo me sabía algunas letras. Conocía la M y la J pero no las que atravesaban, rígidas y negrillas, el letrero de fondo blanco y borde verde institucional, sobre el marco de la puerta.
El letrero coronaba un corredor que se expandía en perspectiva hasta una pared sucia en el fondo. Un paisaje desconocido hasta ese momento que años después asociaría forzosamente con ese aspecto amarillento de los lugares estatales, llenos de carteles informativos, plagados de oficinas con ventanas de vidrio arrugado.
Dije hola, sin volumen y la señora del delantal me recibió. Era cocinera porque tenía una zanahoria en el bolsillo delantero, con una punta asomada como un marsupial de nariz anaranjada. Caminando a lo largo del corredor, me llevó de la mano hasta la cocina. Yo daba pasos muy rápidos mirando hacia atrás, tratando de grabarme lo que decía el letrero para atribuirle algún sentido, un buen significado, cuando aprendiera a leer. - ICBF, dijo la cocinera al notar mi curiosidad.
Vi mi cara reflejada en un acuario. Supe que lejos, en el futuro, existiría una persona de tamaño normal con esa misma cara. Uno de los peces lo notó.
2 comentarios:
Hace días no pasaba a leerlo... esto es una excelente terapia para calmar el estrés de la oficina.
Un abrazo.
Qué bueno que le guste Papaya. Pero usted sí se estresa? Gracias por pasar por aquí a leer.
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