Tenía tanta hambre que pensaba todo el tiempo en animales vivos. Gallinas imposibles de atrapar, praderas llenas de cerdos infectados, conejos que eran más fuertes que yo: un depredador debilitado en una cama, desempleado, menor de edad.
La casa tenía 4 pisos. La cocina estaba en la parte más baja. Allí estaba la nevera cerrada con un candado del tamaño de una moneda, que me separaba de la saciedad de estómago y de la tranquilidad mental. Una equis roja imaginaria se interponía entre los alimentos refrigerados y un estómago vacío. Me imaginaba los huevos enteros, les calculaba las calorías que me aportarían, su valor proteínico. Fantaseaba comiéndome una lechuga entera a mordiscos, olía la leche através de la puerta metálica. Recordaba mejor mi último sánduche que mi primer día de escuela.
Subía de nuevo hasta mi habitación en el cuarto piso y me castigaba mentalmente por las calorías gastadas subiendo y bajando para comprobar que el candado seguía allí, impidiendo mi acceso libre a la primera comida del día, a las 9 de la noche.
Había calculado mal la tasa de cambio y me gasté el presupuesto de un mes en una semana y media. El plan de estudios incluía el alojamiento y dos comidas diarias (desayuno y cena), excepto los domingos, que el dueño de la casa no estaba obligado a cocinar.
Este era mi primer domingo, de tres, sin comer. Un hambre fastidiosa, censurable, de un adolescente desmedido no facultado para lamentar su desgracia.
A esto se sumaba una tacha, una equis roja imaginaria que vería todos los mediodías siguientes, durante 18 días, mientras los demás almorzaban, sentados alrededor de sombrillitas puestas en las calles y en las aceras con ocasión del verano, que empezaba.
Una actividad tan usual (almorzar) elevada al rango de fantasía inalcanzable. Un pedazo de levadura, harina y agua: un tesoro. 3 libras esterlinas que me había gastado en un paquete de máquinas de afeitar de última generación serían ahora un pescado frito, 6 chocolatinas, 3 pasteles de pollo: el remordimiento.
Me daba miedo tener que enfrentar algún agravio con ese nivel calórico. Esa equis roja, la equis del mal, de la desnutrición, se veía borrosa por el hambre. Me imaginaba el almuerzo en la casa de mi abuela. Un señor pidiendo otra en un puesto de empanadas y dando a cambio unas monedas insignificantes. Las familias enteras en Frisby eructando su sobrepeso.
Me quedé dormido en un parque, mamando calorías imaginarias de un sueño reconfortante en el que se casaban dos adolescentes y todos comíamos pastel. Los bebés atrapaban insectos en el prado y formaban bolitas que desperdiciaban jugando.
En el fondo del hambre, en un bar de la esquina, Boy George cantaba Do you really want to hurt me.
8 comentarios:
Impresionante.
No sé si alguna vez tus hermanas te pusieron a ver una película que se llama La Princesita. Es sobre una niña que el papá deja en una residencia en NY mientras en Europa pasa la primera guerra mundial y a él le toca ir al ejército.
El papá se muere en la guerra y a la niña la ponen de empleada del servicio de la residencia. A veces la castigan con dejarla sin comer.
Una noche tiene mucha hambre y se imagina con otra niña, que también es empleada/esclava y está castigada, que son ricas y tienen comida hasta pa tirar pal techo.
No entiendo, ¿pasaste 3 domingos sin comer y 18 días comiendo insuficientemente, por cuenta de una división mal hecha? ¡qué cosa tan triste y tan chistosa!
Yo me acuerdo que justo cuando se estaba terminando ese régimen obligado, me invitaron a un asado. No lo podía creer, nunca me habían dado tantas ganas de ir a un asado. En esa época estaban de moda las vacas locas, entonces asaron mucho pollo, cerdo y mariscos. Fue ahí cuando me empezaron a gustar los mariscos. Con cada camarón pensaba: Este animalito debe tener como 31 calorías.
Nunca he visto la película La Princesita. Mis hermanas lo único que me obligaron a escuchar (y no a ver, porque yo sólo veía de reojo cuando pasaba cerquita del tv) era Nubeluz. Como sí me obligaban a escuchar, porque el volumen se doblaba cuando empezaba Nubeluz, en este momento aún me acuerdo de las canciones. Había una muy buena sobre el fin de semana.
En todo caso, el hambre, y sobre todo a costa de una división mal hecha y patrocinada por gastos innecesarios como la compra de máquinas de afeitar y bermudas en promoción, es un estado muy raro. Es como estar trabado y donar sangre.
Yo una vez tuve sed tres días. Ah! y dos noches.
Hace poco me encontré con Cristiane, la mamá de unos niños que quiero mucho y que constantemente tienen problemas de todo tipo: no hay comida, no hay remedios, hay violencia y miedo. Estaba hablando con Verónica, otra señora, más o menos de mi edad, que está haciendo la primaria y es jefe de una ONG que ayuda familias en problemas como los de Cristiane. Verónica estaba consolando a Cristiane. Más que consolarla quería hacerle ver que la vida puede llegar a ser muy dura de verdad y que ella necesita ver las prioridades (Cristiane se queja de que no tiene shampoo ni tv, por ejemplo). Verónica nos contó muchas historias de su vida, que ha sido muy difícil, y decía que cuando niña, siendo hermana mayor de 17 hermanos, ellos tenían una enciclopedia y para distraer el hambre absoluta con la que vivían, ella los ponía a ver una foto de una hamburguesa que salía en ese libro. Se imaginaban el olor, el sabor y cómo bajaba por sus gargantas hasta llegar al estómago(así hablaba ella).
Mientras ella contaba eso yo trataba de imaginarme el hambre, eso que describís como estar trabado y donar sangre (y que me dio pistas). Pero sobre todo trataba de entender cómo puede contribuir imaginarse que uno come. Ella dice que les servía, que era un poco como engañar el cuerpo.
Desde ese día ando pensando en muchas cosas inútiles y no en lo que debería estar pensando. Pensando por ejemplo en lo valorizado que está el pensamiento "racional" y lo desvalorizada que está la imaginación, ambos como armas de supervivencia. No creo que sean conceptos separables, pero mucho de nuestro sistema educativo está basado en esa supuesta separación. Al final termina uno encontrándose con mentes cuya imaginación no ha sabido ser cultivada, encaminada a creer en sí misma, ponerse un objetivo y llegar hasta las últimas consecuencias, sino que ha sido castrada con brutalidad a través de métodos refinados de educación de altísima calidad.
Verónica siempre tuvo mucha imaginación y hasta ahora está pasando por una escuela formal. Nunca nadie tuvo tiempo de educarla con altísimos estándares de calidad, sino que la dejaron silvestre, digamos. Tal vez por eso y porque es una persona fuera de este mundo, una en un millón, ha hecho lo que ha hecho toda su vida, que es precisamente llevar la imaginación hasta sus confines con el único objetivo de ayudar a los que están pasando mal.
Eso de ver un dibujo de una hamburguesa para despistar el hambre no me sonó tan descabellado. Una idea similar puede haber sido la que dio origen a la pornografía, que es más o menos una materialización de lo que imaginamos los que no tenemos al alcance una hamburguesa de verdad.
Lo que me parece muy raro de circunstancias tan extremas es que uno sabe que son transitorias, que tiene hambre pero puede comer, que el mundo está lleno de comida y sin embargo uno tiene hambre o que como Mauricio tiene sed, y hay gente bañándose en piscinas de 8x30. Lo que sí debe ser duro es una amputación.
El hambre es una gonorrea.
Lo bueno de tener hambre es que uno come poquito, un sandwichito y ya está. Se le quitó. Dormir con hambre es ser muy pirobo con uno mismo, pero es una buena estrategia para distraerla. Como los gamines.
Y hablando de gamines, que risa. Mi mamá que trabajó mucho tiempo en el SSSA (Servicio Seccional de Salud de Antioquia) me contó que una vez contrataron una investigación para determinar el riesgo que creaba el inhalar sacol, algo como para prevenir la desnutrición en los niños de la calle... El caso fue que la investigación arrojó resultados inesperados, uno de ellos, que el consumo de sacol por las vías respiratorias generaba en el organismo varias defensas que contrarrestaban enfermedades inducidas por la desnutrición. El estudio, según mi santa madre, no lo publicaron jamás. Pero he ahí el elixir de la vida eterna "que torna mozos a los viejos", en la población callejera. Y debe ser muy cierto, dice siempre un amigo mío que se queja mucho: yo quiero ser gamin, los gamines nunca sufren por nada. ¿Cuando ha visto usted a un gamin sufriendo por calvicie, o por gastritis?
Una vez escuché algo sobre el índice de cafresía. Creo que se llamaba así. Consiste en una especie de adaptación que se crea en los gamines y que los hace inmunes a muchas enfermedades. Lo curioso es que han hecho experimentos para ver si estando cerca de un gamín, se le pueden incluso subir las defensas a alguien que por ocasión de su enfermedad las tenga bajitas.
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