Una fracción de los hechos se pierde entre parpadeo y parpadeo





jueves, 26 de agosto de 2010

26 de agosto

El 26 de agosto aparece sin ninguna reseña, sin ninguna extensión de su alcance, en un calendario que hay justo bajo mis libros al lado de la cama. Del 25 dice: 1981: Voyager 2 flies past Saturn, del 27: Jupiter south of the Moon, look in the east around midnight, y del 26... del 26 no dice nada.

Me levanté muy temprano y veía el calendario mientras embetunaba los zapatos. El cuadro que anunciaba el día de hoy virgen, blanquito. Puse en orden el cuello de la camisa, escogí unas buenas medias y, mientras me secaba el pelo, pensaba en Texas, en lo mucho que me gusta Texas. Los pistoleros, los cantineros sudando una gota lenta en mitad del desierto, los coyotes, las camionetas Ford tripuladas por asesinos en serie, la vida primaria.

***

A las 7:30 entré en la cafetería San Jorge. Me atendieron bien, - un tinto por favor, - con mucho gusto y en un par de minutos el color negro del vaso desechable se volvió blanco, tranparente, vacío.

En la puerta un gamín me dijo llave que tenga un buen día como contraprestación por $250 que le regalé. El viento me desdobló la corbata y el teléfono sonó. Era Mariana, mi hermana, que vive en Bogotá. Nos despedimos y emprendí la marcha hacia los juzgados.

Creyendo mis virtudes más notorias, con el revés de la corbata en evidencia, salí a la calle a cumplir años.

lunes, 23 de agosto de 2010

Ilder

La admiración por los deportistas escolares se fue diluyendo un día. Todos, cansados de aplaudir las jugadas maestras del baloncesto, nos fuimos alejando de la cancha, unos con la cara tras los libros, otros en moto acelerando frente a los que habían descubierto el placer del cigarrillo y se apilaban en una cafetería, compartiendo el vicio en una orgía del tabaco.

Por esos días surgió Ilder. Había llegado cuatro años atrás, con el acento del pueblo, voz chillona, gemidos como de perrito soñando. Era más alto que el promedio y un poco mayor, púber tonto entre los niños. Llegó con su hermano, casi cogidos de la mano, los dos estrenando uniforme, temerosos de la fila de la cafetería, de las prohibiciones de la ciudad desconocidas en el campo.

Un día Ilder llenó el morral de papitas. Vendía muchas. Algunos le robaban pero Ilder los ajusticiaba con esa fuerza torpe que se adquiere en el azadón. Entre paquetes de papitas y cobranzas, Ilder se convirtió en el campeón de pulsos venciendo al Gato, invicto vitalicio.

**

Sumisos, atendimos los inicios de su carrera religiosa. Empezó haciendo las lecturas en la misa. Alguien le dijo curita y con sus manos empuñadas y una mirada iluminada, resuelto, le recordó que su vocación le impedía romperle la nariz.

Ahora Ilder es misionero en Chiloé, una de las regiones más pobres del Sur de Chile y su hermano es militar.

***

Hace tan solo 100 años que fue 1.910 y de esa época tan cercana, tan familiar, ya no queda nadie. Tal vez un bebé ahora inútil y centenario. Ilder y su hermano son personajes delebles, personajes de esta época, cuyas vidas se unirán al chorro común de las otras vidas y dejarán un vacío permanente de siete décadas en la historia.

viernes, 20 de agosto de 2010

Una pareja trotando

Iba una pareja trotando, vestidos de lycra, convencidos, templados, eliminando el instinto; dejando atrás los escalones con esfuerzos perfectos, respirando el mismo aire que el Doctor Alberto Jaramillo, jefe eterno de mi papá, que los seguía desde muy cerca, jubilado.

Pasaban frente a la Facultad de Arquitectura, a cuya puerta parecen atados un vigilante y un perro echado que perdió el olfato.

Hace un mes, unos metros más arriba, arriba hacia el cielo, 40 metros, 50 metros, una persona salió del Casino, habló por teléfono, se tapó la cara, redactó en su cabeza un desagravio para los 25 años vividos de más, corrió hasta el fondo y saltó.

Dos horas más tarde yo salía del centro comercial con mis hermanas, cargando bolsas de Converse, de Carulla. Una señora lavaba el andén con una manguera.

Hoy pasaban por ahí una pareja trotando y el Doctor Alberto Jaramillo.

jueves, 19 de agosto de 2010

Si yo fuera rico estaría muy cansado

Es difícil saber si llevo dentro algo grande, un genio o un criminal a gran escala, porque carezco de carácter impositivo y cuando este aflora su fuerza vinculante es tan débil que da risa. No tengo voz de mando, ni disciplina, condiciones que me satisfacen más que turbarme porque pretendo poco, y lo poco que consigo, consecuencia de una mínima exigencia, compensa el pequeño esfuerzo que empleo en lograrlo.

Me gusta la negligencia porque uno puede esperar lo imposible. A la gente que hace las cosas bien, a los que emplean la mayor diligencia en sus deberes, solo les quedan las malas sorpresas.

Seguramente el resultado de un esfuerzo prolongado proporciona una gran satisfacción, pero nada comparado con el resultado inesperado de acciones sin dirección.

martes, 17 de agosto de 2010

El teléfono de Pablo Computador

Ayer vi un paquete de cigarrillos en un cajón. 3 cigarrillos están ahí desde hace 4 años al lado de un papelito con las palabras Pablo Computador escritas de afán encima de un número telefónico.

El día que escribí eso había salido del aeropuerto en un carro blanco, había visto un aviso a la derecha y lo había hecho lavar.

Al abrir el cajón me sentí puesto frente a un amigo de la primaria que haya crecido lejano y dispar con el que ya no tenga nada más en común que la incomodidad recíproca de encontrarnos y no saber qué decir.

***
Los recuerdos nuevos no importan tanto, son fríos y tardan mucho en conectarse con todo lo demás. Solo cuando uno se percata de la condición de recuerdo futuro de un hecho presente, lo asume con alguna emoción, se timbra, le encuentra pinta de cosa grandiosa.

Las cosas que pasan ahora están a la espera de años que las conviertan en objeto de nostalgia. En este momento son recientes acontecimientos pop, partes insignificantes de la actualidad, pero después se unirán, como si trataran de converger en el mismo fin, a los libros de Julio Verne, a las vacaciones con la abuela y a un letrero que decía Segundo C en letras de acrílico.

domingo, 8 de agosto de 2010

Un momento después de las 5

Estábamos recogiendo botellas de cerveza antes de volver a Manizales, Manuelita se metió a la ducha y yo, recién bañado, me senté en el borde de la entrada, destapé una de las últimas botellas y me distraje viendo una manguera verde que atravesaba el prado.

Miré la hora; eran las 5:14, tenía los brazos completos y los estiré. Vi que estaba regularmente formado, que el agua corría en la ducha y Manuelita protestaba a su contacto porque estaba fría. El equipo estaba en AUX y la lista era "Tremenda Clasicota", Adagio de Albinoni.

Estaba pensando para no degenerar el presente, para hacerle una cortesía al momento que transcurría, imaginando que cuando pase el tiempo después del último segundo, y montañas de siglos hayan convertido el paisaje familiar en un escenario futurista donde hasta las naranjas se hayan extinguido, tal vez se encuentre la forma de recuperar el recuerdo simultáneo de una manguera verde atravesando el prado, de Chucho, el mayordomo, fumándose un cigarrillo y de tres gallinas mirando al horizonte, absortas, como futuros animales prehistóricos.