Una fracción de los hechos se pierde entre parpadeo y parpadeo





jueves, 6 de mayo de 2010

Muchurrúa III

Al final, después de mucho desearlo, estaba sentado en un 737 rumbo a Londres con escala en Frankfurt... 17 años improvisando una imagen mental de una Europa insular oscura y sórdida, con la estela del medioevo a cuestas que después de todo me tendría por protagonista... la vería con mis propios ojos. Solo que en los primeros días a mis ojos les dieron pata... Al mismo tiempo se enamoraron de mí una holandesa y una pandilla de mexicanos de Sinaloa. No sé qué pasó en la discoteca, pero mientras hablaba con la holandesa, uno de ellos me dijo algo; tal vez le respondí una estupidez y me echó la cerveza en la cara. Creo que me dijo güey y yo le dije mula, una cosa así.

A ese le decían Burrito. Seguro le molestó la coincidencia.

Le reventé la nariz y la holandesa se enamoró mucho más de mí, tanto que me dio un beso y me dijo que ya no quería a su novio. Entonces yo tenía 17 años y a esas alturas de la noche, 50 libras esterlinas. Salimos de la discoteca riendo, le eché la cerveza en la chaqueta y ella me echó la suya en la cara. Me lamió de la boca hasta la frente y yo le toqué una teta. Reímos y vimos vomitar a un pelirrojo. En la esquina estaban El Burrito y sus cuatro amigos (Barney, El Cariñosito, Marco y Gerardo), que me gritaron pendejete, me alcanzaron, me dieron siete puños en las orejas, me rasgaron la camisa y echaron los zapatos al mar. Después sentí patadas en la cabeza y en las costillas y una baba en la frente.

Aturdido alcancé a ver que uno de ellos sacaba un puñal. Era bizco y, sin duda, el más feo de todos y aunque parecía resuelto a matarme, súbitamente pareció aterrarse, como si enfrentara a un enemigo invencible.
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Ellos no contaban con mi defensa... .
La primera vez me asusté un poco porque era evidente su fantasmagoría y, aunque no era intención suya espantarme, una palidez de imaginario era por principio aterradora. Durante muchos años lo vi aparecer en los rincones de la casa consolidando una apariencia que al final parecía completamente real, a tal punto satisfactoria que dejó de causarme pánico. Era poco notable y siempre hacía sus apariciones contradiciendo aquellas noches en las que todo parecía estar en orden, haciendo innegable el margen de error que da existencia al otro mundo.
Después de mucho tiempo me empezaron a gustar sus visitas. Me dijo que se llamaba Muchurrúa y tomó como suyo un cierto lugar de la casa desde el que siempre caminábamos juntos hasta el patio y conversábamos sobre asuntos de los dos mundos.

Poco a poco, Muchurrúa se convirtió en mi mejor amigo y aunque era imaginario iba conmigo a todas partes sentado muy recto en la silla de adelante de la camioneta. Llevaba siempre las ventanas abiertas y le gustaba Jimmy Hendrix. Hey Joe, esa la cantaba siempre.

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Muchurrúa apareció esa noche agrandado por la furia. Lo alcancé a ver por el ángulo sano del ojo que me habían reventado de una patada. Desarmaba con sus manotas al animal bizco que pensaba matarme. Desde atrás, los otros cuatro pandilleros luchaban consternados contra una fuerza invisible. Le lanzaban puñetazos, insultos y mordiscos. El puñal cayó al suelo y El Cariñosito se me adelantó cuando traté de recogerlo. Lanzó un embate al aire que alcanzó a Muchurrúa por la ingle pero yo estaba tranquilo con la seguridad de que nadie podría matar a un personaje ficticio. Muchurrúa tapó con el índice el lugar de la herida y ¡tenga!, el cariñosito le ensartó otra en el cuello. Y ¡Tenga! Otra vez en el cuello.

Mi tranquilidad se hizo trizas cuando noté que mientras Muchurrúa se desvanecía, un hilo de sangre le corría desde la boca, pecho abajo. Le agarré la cabeza y lo sentí tan lejano que ya ni imaginario era. Parecía tan irreal que su presencia habría resultado absurda incluso en un sueño. Estaba muerto... Muchurrúa, a pesar de ser imaginario, estaba muerto. Estaba muerto. Muerto. Mi gran amigo imaginario.

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Lloré, pero no por el desenlace de esta historia ya que su conclusión es acaso más infame:

si Muchurrúa está muerto de verdad, yo estoy, por obligación, vivo de mentiras.

6 comentarios:

Luis Vélez Rodríguez dijo...

Lindo loco, hace rato no lo leía. Y me alegra haberlo hecho cuando la resurrección de un capo como Muchurrúa coincide con una nueva muerte en medio de una historia que oí alguna vez. Curiosa la noche: cuando terminé de escribir me pasé un buen rato leyendo blogs de los que hacía rato no leía. La alusión expresa o implícita al sueño, parece un sueño de otro, o, por ponerle lucidez, una agradable coincidencia

Olguet dijo...

Sabés? yo siempre he tenido la idea absurda (pero que me ha mantenido viva y alerta todos estos años), de que somos la suma de muertos de cada día. Vos cada día vivís y te morís, para ser el mismo - pero diferente - al día siguiente. Diferente porque ya el tiempo ha pasado, porque algo habrás pensado, visto o escuchado que te haga mover un paso más allá de lo que estabas el día anterior. Y siendo así, tenemos un montón de "yo" imaginarios. Por esa razón es que creo que me gustó tanto tu escrito.
"Si Muchurrúa está muerto de verdad, yo estoy, por obligación, vivo de mentiras".
Muy bacano de verdad!

S E B A S T I A N G O M E Z dijo...

Hey, que nota güevón!
Yo no sabía que tenias Blog y que era tan bueno. Me acabo de enterar. Suerte Johnny

Anónimo dijo...

Me gustó mucho este nuevo relato de Muchurrúa. La muerte de un personaje imaginario debe ser aun más aterradora que la de uno real...

maggie mae dijo...

muy bueno, Juanito!! cada vez me gusta más lo que escribís.

Jorge dijo...

Gracias por los comentarios. Lo que dice Olga me hizo recordar una cosa que me dijo un primo. Él dice que si la regeneración celular es permanente y obligatoria, en algún momento uno debe tener células por completo diferentes a las que tuvo en otro momento. Si uno está conformado en su totalidad por células, no sería descabellado decir que, aunque obedeciendo a una misma información genética, uno llega a ser varias personas a lo largo de su vida.

Claro que ese concepto lo podría explicar mejor un genetista o Ravi Shankar.