Una fracción de los hechos se pierde entre parpadeo y parpadeo





domingo, 14 de febrero de 2010

Historia de amor - El hijueputa de Marlon. Edición San Valentín

Hay días lúbricos en los que al despertar, bien se cambiaría todo el porvenir por un orgasmo.


A los veintisiete años se hace el amor por fuerza, por imposición, constreñido ya no por el avivamiento de las señales que hacen perentorio el acto en la pubertad sino por una necesidad maquinal de suprimir en descargas de leche toda la frustración de sentirse, en definitiva, inútil.

Uno deja, por fin, de ser su propio ídolo… El mejor incentivo para seguir viviendo una vida inútil es la posibilidad de tener buen sexo. Todo se reduce a eso; a lograr una orgía con las compañeras de trabajo. A ser solicitado por una empleada bancaria mientras se ven las vitrinas de un centro comercial. A una mamada de cumpleaños.

El sexo es merecedor de una connotación cochina… Y no podía ser la excepción mi pequeño cerebro imaginando calzones empegotados mientras los grandes bailaban en la sala. Me imaginaba los de una señora en especial. Era nueva en la cuadra y se sentaba en el andén mientras jugábamos fútbol.

Todos en la carrera 33 sabíamos quién se comía a quién. Yo tenía 9 años. A los 7 me dijo Olmedo , que en la cueva del cerro había visto que a Tatiana, la hermana grande de Yepes, un man le estaba metiendo el pipí entre las nalgas. Yo recuerdo que en la casa de Yepes tenían codornices en el patio. Doña Edith, su mamá, me quería mucho porque yo era el mejor del salón. Me mantenían bien motilado y con los 1.000 pesos semanales que me daba mi papá, invitaba a Paola, la menor de las Yepes a comer vasito de La Fuente ó chococono o paleta de mora, de las de crema. A Paola no le habían crecido las tetas. Las nalgas de Tatiana, que ya tenía 17, y era su hermana mayor, se convirtieron en mi fantasía.

Entonces, no sabía muy bien qué era una fantasía... Pero sabía que alguien había metido su pipí entre esas nalgas. Eso bastaba. Se veían muy grandes metidas entre un jean claro marca Ross. Si bien yo sólo tenía nueve años me las imaginaba piel de gallina por el agua fría de la ducha. Me las imaginaba haciéndolas brincar a palmadas. Mordiéndolas.

Por ese entonces, al acostarme pensaba que tal vez, John Jairo el de la farmacia, metía también su pipí entre las nalgas de Irene, la de la esquina, su esposa, antes de acostarse. Y seguramente también Don Augusto hacía lo propio con Maria Emilia. Y el de la otra esquina con Doña Rosa. Esa parecía una parte del itinerario. Y yo me la estaba perdiendo.

Esta parte de la historia es increíble. Usted no la tiene que creer… Sólo aseguro que si muriera hoy, exceptuando algún póker genial, quisiera ser recordado por esta, mi hazaña más grande:A Tatiana le enseñaban francés en el colegio. Ese día por la noche Doña Edith nos dio lentejas. Después vimos algo en la televisión. Yepes no estaba de buen humor… Tatiana hacía las tareas en el comedor. Yo me senté a su lado y ella sonrió. En la grabadora sonaba un cassette con canciones de Frances Cabrel. Tatiana trataba de entender la letra de las canciones.

- ¿Qué quieres ser cuando seas grande?

Pensé en decirle que quería ser el que metiera su pipí entre esas nalgotas.

- Astronauta

Me dijo que tenía novio. Que se llamaba Marlon. Habló de la pasión. Yo le dije que en el colegio estudiábamos la evolución. Que no sabía dividir muy bien. Ella me dijo que le gustaba el francés. Yo le dije que la parte de la célula que más me gustaba era la mitocondria. Ella me dijo que quería ser profesora. Me preguntó si me gustaba Paola. Yo le dije que Paola era una niña y ella rió con esos dientes que tanto me gustaban. Me dijo que yo iba a ser un papasito. Que ella quería esperar a que yo creciera para ser mi novia. Yo sudé. Sudé mucho. Empecé a tiritar y las canicas en mi bolsillo sonaban como un cascabel. Ella me miró. Me miró fijamente. Ese día supe como miran las mujeres enamoradas. Me dio un beso. Un beso muy largo. La llevé hasta la puerta de la cocina. Bajó su mano. Las canicas sonaban como un cascabel. Algunas rodaron hasta el desagüe del patio. Las codornices se despertaron. Le bajé la sudadera hasta las rodillas… Se volteó. Le vi las nalgas. Eran muy grandes. Y redondas. Estaba enamorado. Estaba profundamente enamorado.

Lloré cuando la vi con Marlon de la mano. Nunca volví a los partidos de microfútbol.

6 comentarios:

Ana María Mesa Villegas dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Jorge dijo...

Debe ser Marlon que se arrepintió del comentario...

maggie mae dijo...

qué nota de historia. ¿y volviste a verla?

Jorge dijo...

Yo creo que no. Un día vi a la mamá en el centro. Y a Marlon lo vi un día en el parque de un pueblo tomando cerveza.

maggie mae dijo...

ah, sería bacano volver a verla, ¿no?
y MARLON es un nombre horrible.

Jorge dijo...

Pues yo no sé. Ni siquiera sé si Tatiana era bonita o si yo tenía el juicio nublado porque ella era la novia de Marlon, que ya tenía 18 años, unos tenis Puma originales de gamuza y se paraba con un perro bravo y las mangas de la camiseta dobladas (mostrando los bíceps) en la puerta de un gimnasio de barrio.

Marlon es un nombre muy feo, sí, pero en esa época todo lo de Marlon era bueno... Eso de la edad es una cosa tremenda. Marlon siempre me miraba con un poquito de desprecio, como a una alimañita en formación... Así como después los profesores en la universidad y esas cosas... Es una cierta autoridad que parece conceder la edad.

Por ejemplo en mi cumpleaños 26 entre los invitados estaba un pelaíto de 15 años que estudiaba francés conmigo. (Tenía 15, pero parecía de 12), y el novio de mi hermana se burló de él toda la noche. Yo no entiendo uno por qué se puede burlar de alguien solo porque tiene 15 años...