"El Tigre se respeta" Betulia, 1.941
1. Juan Pablo
Parece un pollito. Me acuerdo cuando estábamos en la entrevista, que me decía que estaba muy nervioso. Que el año pasado había pasado el examen, pero que la entrevista era lo más difícil porque uno no sabía lo que ese jurado indescifrable, conformado por dos embajadores y una psicóloga, quería ver.
Nos hicimos amigos. No, amigos, no. Es como cuando dos perros se encuentran y se agradan. Por alguna razón no se atacan sino que salen corriendo por un parque, juegan y comparten un hueso. Así es que la primera semana me dijo: "Vení vamos a comer por allí que es aseado y a $5.500". Mientras almorzábamos me dijo que no tenía tv cable en la pieza, que a veces era difícil bañarse porque solo había un baño para ocho. Me pareció curioso pensar en el futuro: un día vamos a ser embajadores, cónsules, o ministros plenipotenciarios o vamos a ostentar cualquiera de esas jerarquías que nos alejarán para siempre de los almuerzos de $5.500
Los lunes nos dan Orientación Psicológica. Llevamos tres lunes escuchando las historias de todos. Las vidas completas de los treinta y dos aspirantes a terceros secretarios de la cancillería. Historias de muchachas que tuvieron problemas con los novios, que tuvieron grupos de amigas en el colegio, tíos que se murieron y abuelas cariñosas.
Juan Pablo empezó diciendo que en su vida mucha gente le había ayudado. Que él había crecido en la comuna nororiental de Medellín en un barrio que se llama Popular No. 2. Que allá vio y oyó muchas cosas que hubiera preferido no ver ni oír. Que la mamá salía temprano a trabajar y que él la esperaba jugando en una terraza hasta que ella volvía por la noche; que tal vez por eso era tan callado, que lo disculpáramos, que a él todos le caíamos bien, que si era callado es porque era su forma de ser, pero que él no tenía sentimientos negativos hacia nadie. Que estaba muy contento de estar ahí.
Lo más impresionante de esa historia es que la contó porque estaba obligado a contarla. Nos contó cómo caminaba hacia su casa agachando la cabeza para que no se la montaran sus propios vecinos. Yo llegaba caminando de la Universidad y me decían Pero ve este agüevado como se volvió de picao. Juan Pablo es muy discreto, pero una vez que empezó a contar cosas no pudo parar de decir la verdad. Lo hizo con serenidad, con total dominio del pasado. Yo lo veía desde la última silla, su cara de pollito sufriendo un cambio trascendental, sus facciones inocentes tomando el aspecto de un tigre.
En estos días me acompañó a hacer unas vueltas después de clase. Cuando íbamos por la carrera 8 con 15, me dijo Sí has visto qué belleza esos tapetes rojos de la cancillería? Cierto que son una belleza?