Con frecuencia se me vienen a la cabeza historias como las de Papillón, Espartaco o el mismo Leon, el de El Perfecto Asesino. O historias incluso más incógnitas pero igualmente estructuradas, en su heroísmo, por la fe ciega en la casualidad. Como las del Tío Aníbal, personaje recurrente en este blog, que pasó ocho años en la prisión agrícola de Araracuara defendiéndose con las manos de las bestias de la naturaleza, y con la mente de las bestialidades humanas. O la del padre de familia que en un zoológico de California sacó a su hijo de las mandíbulas de un cocodrilo; contra todo pronóstico, porque las mandíbulas del reptil pueden apretar con una fuerza de hasta una tonelada, y no se ha visto en la historia que un hombre levante un peso equivalente. O las que son frecuentes y cuentan sobre un hombre que se enfrentó solo a cuatro ladrones. O la famosa de David y Goliat. O la menos famosa de San Sebastián que, condenado al asaetamiento, no murió tras recibir una lluvia de flechas en todo el cuerpo y se volvió a presentar al emperador para que cumpliera la ejecución.
Y entonces parece que el heroísmo es solo una fe ciega en la casualidad. O tal vez un desconocimiento completo de las leyes de la realidad. C. Bukowski dijo en una entrevista que "La diferencia entre un valiente y un cobarde, es que un cobarde se lo piensa dos veces antes de saltar a la jaula con un león. El valiente simplemente no sabe lo que es un león. Sólo cree que lo sabe."
Y entonces parece que el heroísmo es solo una fe ciega en la casualidad. O tal vez un desconocimiento completo de las leyes de la realidad. C. Bukowski dijo en una entrevista que "La diferencia entre un valiente y un cobarde, es que un cobarde se lo piensa dos veces antes de saltar a la jaula con un león. El valiente simplemente no sabe lo que es un león. Sólo cree que lo sabe."
En mi caso sé lo que es un león y además les tengo mucho miedo. Pero eventualmente entraría a la jaula. Posiblemente, incluso, me daría mucha risa estar ahí. Ver que el animal tiene grandes posibilidades de comerme y que mi posibilidad de vencerlo desarmado es pequeñísima. Esa pequeña luz por la que se asoma la probabilidad es rara y graciosa y hace que la vida parezca un juego. Y verla como un juego es lo que nos puede convertir en héroes. O simplemente en gente que hace cosas inexplicables, que es casi lo mismo.
El 4 de marzo empiezo la carrera diplomática. Voy a renunciar al trabajo y me voy a vivir a Bogotá. Durante un año no me van a pagar. Durante tres años voy a ganar menos de lo que gano ahora. Dentro de 15 años tal vez sea cónsul. Me da risa. Es como estar encerrado con un león; es como tratar la vida como un juego. La diferencia es que al final no voy a ser un héroe. Solo un cónsul.