Una fracción de los hechos se pierde entre parpadeo y parpadeo





domingo, 20 de junio de 2010

Volver caminando del parqueadero

Los domingos por la noche iba con mi papá a guardar el carro de la empresa en el parqueadero de La Patria, en el centro. El regreso lo hacíamos a pie y en el camino mediaban palabras muy escasas que casi siempre configuraban pequeñas preguntas y respuestas sobre el idioma, la bandera o la capital de otros países; a veces una anécdota, a veces una historia sobre un tigre.

La ruta de media hora pasaba inequívocamente en calma. Con una de sus manos rollizas mi papá me sostenía por la nuca y con la otra intentaba detener el tintineo de un manojo de llaves en su bolsillo. Las manos eran tibias y rugosas, nunca llovía, las cosas iban bien por defecto.

Solo una vez tuvimos que apresurar nuestro paso irregular, medio rengo. Ya estaba pasada mi hora de dormir, eran como las 9, y dos hombres calvos le estaban rompiendo la cabeza a un ladrón contra las rejas de un estanquillo. Por una ventana de la mano con la que mi papá me tapaba la cara alcancé a ver al ratero; la boca hinchada, tan grande, que casi tapaba una frente inmunda y desgraciada como un paquete de cigarrillos flotando en un lavaplatos. No se le veían los ojos y un golpe seco de hueso contra hueso anunció una fractura.

Esos días fueron malos, pero la imaginación, alimentada por los juegos de preguntas y respuestas, hizo su trabajo. Pronto me concentré en imaginarme la vida en Bulgaria, en Corea, en Noruega. Después las consideraciones sobre un viaje al centro de la tierra.

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Todo pasa, y cuando uno tiene que esforzarse para conseguir lo que antes se daba gratuito en la imaginación, piensa en el pasado, se concentra un poco y ve todas sus necesidades solucionadas con un grito. A veces todavía quiero que me limpien.

sábado, 19 de junio de 2010

200 personas graduándose

Ayer caminé 4 cuadras sin notarlo. Solo empecé a darme cuenta de lo que pasaba cuando vi a un tipo de gafas oscuras haciendo equilibrio en una cuerda. Se quitó los zapatos, se subió en el lazo que estaba amarrado de dos árboles y logró sostenerse por 20 ó 30 segundos. Después cayó al suelo.
Cayó parado y recibía contrariado, con vergüenza, los aplausos de una concurrencia de media docena de malabaristas en el Parque de la Gotera.


Entré a la Universidad. 200 personas se estaban graduando. Muchas mamás gorditas y orgullosas resoplaban un alarde simple, casi imperceptible. Algunos papás subían las escaleras del teatro con el brazo por encima del hombro de los recién graduados. Los más escépticos revisaban los diplomas, se hacían tomar muchas fotos. Algunas tías lloraban. Había también uno que se estaba graduando solo. Era de Vaupés.

Dos personas hablaban detrás de mí. -Se me olvidó toda la biología - A mí también.


Salí otra vez y caminé hacia el centro. Por la cuadra de La Normal estaba el perro sucio que le ladra a los taxis. En la esquina aparecieron 2 tipos. Uno era negro y llevaba un clarinete. EL otro era muy flaco y le hablaba al negro. Pensé que seguro ellos fueron bebés y van a estar muertos algún día, pero yo los vi hoy en esa esquina.


Tenía un guayabo horrible.

domingo, 13 de junio de 2010

El cielo de los intocables

La historia está compuesta por una serie millonaria de muertos que hicieron de este mundo lo que es: un planeta poblado. Muchas cosas han muerto en el planeta a lo largo de millones de años: bacterias, protozoos, lagartos, ratas, micos, flores, cucarrones y personas. Todas esas cosas se descomponen y hacen el suelo fértil para que crezcan árboles que alimentan a millones de hombres y animales que a su vez van a morir, pero que antes de eso crean teorías, piensan, componen sinfonías, toman cerveza, hablan de política y, sobre todo tratan de conseguir dinero y un roto apropiado que les permita sepultar en rítmicas cuotas su desasosiego.

Tal vez por esa razón las sinfonías de Beethoven me llegan muchas veces en formato midi. A veces es insoportable su vocación de impermanencia, lo mal que suenan cuando uno ve el mapa completo de la vía láctea.
Cuando pienso así quiero probar una droga que me cause daños irreversibles, daños que me conviertan en una cosa diferente, en un ánima.

Otras veces no me quiero ir, no quiero volverme inmune en el cielo de los intocables. Quiero ver otros 10 mundiales y me emociona el porno.

lunes, 7 de junio de 2010

EL MURO DE MERLÍN

Muchas veces los recuerdos son reveladores. Parten de un hecho simple y logran catapultarlo a una cierta profundidad, a un fondo inesperado. En 1998 me regalaron una moto. Yo pensaba que era una cosa de viejos, pero aún estoy joven y empiezo a recordar con nitidez impresionante los años que ya revelan cierta edad. Los tengo individualizados plenamente entre 1.988 y 2.000... Lo ocurrido entre 1.982 (cuando nací) y 1.988 es tan confuso como lo que ha ocurrido en los últimos diez años. Unos años son lejanos y vagos, registrados a medias en las fotografías. Otros por lo recientes, no han logrado afianzarse con fuerza en la memoria y son aún una parte frágil del recuerdo.

En 1.998 me regalaron una moto. Por esa época yo iba al colegio con mucha intermitencia. El portero abría la puerta pequeña de hierro y yo salía por un espacio preciso. Aceleraba la moto y me soltaba por dos lomas antes de tomar la avenida. A veces me devolvía antes de llegar al colegio y no iba a ninguna parte. Otras veces llegaba al colegio sin querer, por inercia. Fracciones del día anterior se confundían con predicciones del siguiente: muchas veces pensaba en la gente que estaría recordando sus días de colegio, mientras yo los vivía sin la intención premeditada de recordarlos alguna vez.