Cuando paso por la recepción la veo con esa diadema rellena de cables, todo el día, toda la vida, respondiendo con un desgano noble: Cooperativa de Hospitales; ya se lo comunico.
Cuando me ve saca una sonrisa del infierno y me saluda. Yo sé que es bonita, no importa que los otros digan que está muy flaca. Ella es así, como una casa que solo se ve bonita en ruinas.
En los dos meses que llevo en la empresa la han incapacitado cuatro veces. Cuando llego a las 7:15 y veo que no está me imagino que se está muriendo en un hospital; que los riñones se le diluyeron del todo o que el corazón y el cerebro no aguantaron más hambre.
Yo sé que ella está viva de milagro. Una vez pasé y estaba llorando. Saqué una chocolatina de la máquina que hay en el segundo piso y se la entregué diciéndole que no estuviera triste. Soné como un tonto pero ella vio en mi mirada que el milagro que nos mantenía vivos era parecido y que quisiera compartir un pollo con ella, el fin de semana.