Una fracción de los hechos se pierde entre parpadeo y parpadeo





viernes, 4 de marzo de 2016

La rueda

Poco a poco me convertí en adulto. A los 13 años uno se está afeitando el primer bigote y cuando menos piensa tiene 28 y está revisando su lista de contactos en el celular. Pasa por las tías, los amigos, los hermanos y vuelve a empezar. Al final, uno se llena de valor y marca un número. Duda. Piensa si decirlo o no, y al final lo dice. ¿Será que me podrías prestar 500.000 hasta fin de mes?

Es difícil no pensar en la rueda de la fortuna. Recuerdo cuando me quedaba sin plata en el casino y me tocaba caminar hasta la casa semirural donde vivía con mi mamá. O cuando me visitaba mi hermana y teníamos que compartir un pollo durante el fin de semana. Ha habido, también, buenos momentos. Muchos, una cantidad. Por eso es una rueda, un ciclo que con un ritmo caprichoso nos sube, nos deja un rato arriba y de pronto nos manda a la mitad. Después nos tira abajo, nos vuelve a subir y nos hace recordar cómo era abajo.

Cuando estoy arriba me siento tranquilo, me voy de compras, pago los almuerzos cuando salgo a almorzar con mi familia, le doy propina al peluquero, panes a los mendigos y siento que vivo en un mundo sin límites. No puedo negar que a veces cuando estoy abajo también me siento tranquilo. 

Ahora estoy como en la mitad pero siento que alguien le está dando manivela para subirme. ¿Dios? ¿El azar? ¿El destino caprichoso?