Una fracción de los hechos se pierde entre parpadeo y parpadeo





miércoles, 20 de agosto de 2014

Un robot

Cuando estaba pequeño me regalaron un robot y empecé a desarmarlo. Le quité las partes irreflexivamente. Las patas, los brazos, la cajita donde se le metían las pilas y, al final, la cabeza: una pantalla por donde pasaban imágenes de misiones espaciales y lugares del mundo como el Kilimanjaro, la Estatua de la Libertad y las tundras árticas.

Cuando le quité la primera pata pensé que era algo reversible. Dejé las tuercas y los tornillos en un lugar seguro que me permitiera recuperarlos cuando decidiera rearmar el juguete. Pero entonces le quité la otra pata, los brazos y la cabeza y todas las tuercas y los tornillos se revolvieron con empaques y accesorios que podían ser de cualquier parte del robot. En algún momento noté que era algo irreversible y entonces lo seguí desarmando. Desarmé cada pequeña parte, arranqué cada circuito, corté cada cable, partí las tapas de plástico y mezclé los tornillos de forma que, al final, no sabía si pertenecían a la cabeza, a las patas, a los brazos o a alguno de los circuitos o motorcitos internos. 

Lo hice irreflexivamente. Era un juguete que me gustaba mucho y lo maté. Y así actúo muchas veces en mi vida, que ahora es un reguero de tornillos que pertenecieron a cosas que ya no sé como armar otra vez.

miércoles, 6 de agosto de 2014

La guerrilla

Por cosas de la vida empecé a ver guerrilleros cuando estaba muy pequeño. Mientras nosotros caminábamos entre las dos fincas, exhalando viento frío por la nariz, luchando para sacar las botas pantaneras del barro, los veíamos caminar en fila por un borde de la montaña, callados, como scouts grandes y siniestros, armados para algo que a los 7 años estaba muy lejos de entender. 

Cuando los adultos decían "La Guerrilla", sabía que estaban hablando de algo malo. De una jerarquía intangible de seres humanos que, muy por encima de cada uno de ellos individualmente considerados, los obligaba a actuar en manada, a mansalva.  De la guerrilla se hablaba muy bajo, casi en silencio, por las noches, al calor del fogón de leña antes de empezar a rezar el rosario, mientras se prensaban los quesos. Eran un rumor. Una serie de rumores. "Que amenazaron a Pascual", que "El Félix como que se fue pa´l monte".

Poco a poco, esa sombra distante empezó a tomar consistencia. Empezaron a acercarse a la casa como depredadores tímidos. Los empezamos a ver por las noches caminando por el filo de La Zeta. Nos pidieron una gallina. Vinieron con su discurso comunista. Dándoselas de buenos. Dándoselas de justos. 

Después nos pararon en la carretera. Se llevaban a uno de nosotros un rato. Lo devolvían. Le preguntaban cosas. Aparecían detrás de la neblina con esa cara de adoctrinamiento falso. Con esa sonrisa que les producía estarse ganando un poquito más del mínimo sin hacer nada. 

Con los años se tomaron confianza. Llegaron por un bulto de papa. por dos, por tres. Por un camionado. Por un camionado y medio. Por dos camionados y otra parte en plata.

Al final nos fuimos. La casa se cayó entera sobre el fogón de leña y nosotros nos fuimos a vivir en apartamentos de 80 metros cuadrados con vista a techos de zinc, bloques de adobe y árboles sembrados para disimular el dramatismo de la ciudad. Edificios donde la cortesía es reemplazada por una trama de pequeñas reglas que garantizan a medias el más odioso de los conceptos urbanos: la convivencia. 

Con el tiempo hemos buscado lugares más amables. Una pequeña imitación de la finca en la ciudad, un poco de aire, algo que nos recuerde cómo era la vida cuando la libertad estaba garantizada por la vista de un terreno interminable. 

En la maestría tienen otra visión de las cosas. Un bobito que creció en Francia desayunando cereal nos dice que somos un poquito bárbaros. Que les debemos la libertad y la fraternidad. Que reflexionemos. Que seamos racionales y benévolos así como ellos han sido con los argelinos, esas bestias a las que casi exterminan y a las que ahora hasta dejan jugar en su selección nacional.  

Sabe de la guerrilla lo que ha leído en los libros. Me gusta oírlo desde el fondo del salón. Verle esa pintica de Mick Jagger. La seguridad con que dice las cosas. La forma como nos trama hablando de Fernando VII. Su risita cuando dice "No todo es poder volver a la finca".